“La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos… Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y le dije: Señor Jehová, tú lo sabes” (Ezequiel 37:1, 3).
Lectura: Ez. 37:4-10.
Aquí tenemos una profecía que tiene su cumplimiento en muchos niveles. Tuvo su cumplimiento histórico, tiene su cumplimiento en nuestra experiencia, y tendrá otro cumplimiento histórico. Tiene que ver con vida para los muertos. Hay dos operaciones necesarias:
- “Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová” (37:4).
- “Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y dí al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (37:9).
Históricamente hubo dos operaciones. (1) Jesús iba predicando la Palabra de Dios a todos los pueblos y aldeas de Israel. Hubo los que recibieron la Palabra, pero no nacieron de nuevo. (2) Luego vino el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, y estos creyentes recibieron el Espíritu Santo y nacieron de nuevo y sus vidas fueron transformadas.
En nuestra experiencia pasa algo parecido. En la mayoría de los casos escuchamos la predicación de la Palabra muchas veces y somos informados, pero no hay ningún cambio de vida hasta que viene el Espíritu Santo y nacemos de nuevo.
En obediencia a la Palabra de Dios profetizamos, es decir, comunicamos la Palabra de Dios, predicamos el Evangelio. Pero con esto, no todo está hecho. El segundo mandato es uno de orar: “Profetiza al Espíritu… Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven y sopla sobre estos muertos…”. ¿Quiénes somos nosotros para ordenar al Espíritu Santo lo que tiene que hacer? No somos nadie. Pero el Padre nos ha mandado que, en su Nombre, hablemos la palabra de fe en lo que Dios ha dicho, y nos dirijamos al Espíritu y le digamos que sople sobre estos muertos, y vivirán. ¿Qué pintamos recibiendo la Palabra de Dios para darla al Espíritu de Dios? Caemos cara al suelo delante de Dios en humildad. Nos postramos delante de su soberanía. Y en su Nombre profetizamos al Espíritu Santo, en el nombre del Soberano Señor, que sople sobre los muertos a los cuales hemos hablado la Palabra, y lo hace, y ellos vivirán. Nacerán de nuevo.
Sin esta segunda operación nuestras iglesias están llenas de personas informadas, pero no salvas, porque no han nacido de nuevo. ¿Cómo se sabe si una persona ha nacido de nuevo? El Espíritu Santo se lo dice (Rom. 8:16), y nosotros vemos la transformación en sus vidas. Aman la Palabra. Testifican. Obedecen a las Escrituras. Oran. Aman al Señor. Se ve el fruto del Espíritu en sus vidas.
Esta profecía tendrá un cumplimiento literal en el día de la resurrección cuando nuestros huesos ya desintegrados cobren carne y vuelvan a vivir eternamente: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida” (Juan 5:28). Amén. Jesús, ven pronto.
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