EL NUEVO NACIMIENTO

“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
 
Lectura: Juan 3:6-15.
 
            Cuando hemos nacido de nuevo, salvos somos, pero parece que algunos de nosotros, por no decir casi todos, nacimos de nuevo y somos salvos, pero tenemos partes de nosotros que aún no han nacido de nuevo. ¡Somos una mezcla de carne y pescado! Somos creyentes en nuestra comprensión de la muerte de Cristo, pero hay grandes áreas de nuestras mentes que no han sido convertidas. Pensamos carnalmente. Estas partes “se convierten”, por decirlo así, de la misma manera que el resto de nosotros se ha convertido: reconocemos nuestro pecado, renunciamos a él, morimos a él y resucitamos con Cristo a novedad de vida. Nos entra la convicción del Espíritu Santo de que esta manera de pensar o actuar es pecado. Creíamos que estábamos en lo cierto, pero el Espíritu de Dios nos muestra que no, que esta es una manera carnal de pensar. Y nos entra una convicción de pecado muy fuerte. Acudimos a la cruz reconociendo que esto es pecado y morimos con Cristo a esta cosa en nosotros que es un resto de nuestra vieja naturaleza, una cosa nacida de la carne.
 
¡Cuántas áreas hay en nosotros que quedan por nacer de nuevo! No cambiamos porque nos propongamos hacerlo; cambiamos únicamente por la obra del Espíritu Santo. Todo lo carnal en nosotros tiene que morir y nacer de nuevo por obra del Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos lo que hay de carnalidad en nosotros? Porque el Espíritu Santo nos lo muestra, normalmente por medio de lo que vivimos. Nuestra respuesta a nuestras circunstancias adversas revela cómo somos. Creíamos que éramos más espirituales y nos oímos diciendo cosas que no debemos decir. ¡Qué sorpresa! ¡No soy tan espiritual como pensaba! Para verlo, tenemos que estar en consonancia con el Espíritu Santo. Necesitamos oídos para oír, como decía el Señor Jesús. El Espíritu está hablando todo el tiempo, pero solo lo oímos si estamos en su frecuencia. Hemos de tener nuestros oídos afinados a su voz. Hemos de desear la verdad en lo íntimo.
 
Todos los cambios de nuestro carácter son milagrosos, son obra del Espíritu Santo. Son revelaciones de Dios. En todas estas áreas tocadas por el Espíritu hemos nacido de nuevo. La obra del Espíritu es sobrenatural: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (3:8). Es un misterio. No tiene explicación natural. No podemos controlar la obra del Espíritu, pero sí que podemos desearla. Podemos estar abiertos a recibir la verdad que Él nos revela. Tenemos que amar la verdad y desear oír la verdad acerca de nosotros mismos. Tenemos que dejar de defendernos, dejar de justificarnos y estar dispuestos a oír cosas que nos sacuden por completo. Nos quebrantamos, acudimos a la cruz en contrición y arrepentimiento, y el Espíritu nos ayuda a morir y nos resucita a una vida nueva en esta área de nuestra forma de actuar o pensar, y Dios es glorificado por el cambio que su gracia ha obrado en nuestra vida, y no podemos parar de alabarlo por su amor para con nosotros. Alabada sea su poderosa gracia.
       
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