“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste, tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he hado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17: 6-11).
Lectura: Juan 17:12-18.
Jesús no tenía nada suyo. No promocionó su nombre, sino el del Padre. No se manifestó a sí mismo, sino al Padre. Sus discípulos no eran suyos, sino del Padre; los recibió del Padre y los devuelve al Padre. Las palabras que Jesús habló eran las del Padre, no las suyas propias. Jesús salió del Padre y vuelve al Padre. Jesús no vino por su propia iniciativa, sino que fue enviado por el Padre. Jesús guardó a los que eran del Padre y ahora pide que el Padre los guarde en Su nombre, el del Padre. La misión era del Padre y Jesús la llevó a cabo.
Jesús era el portavoz del Padre, el siervo del Padre, el revelador del Padre, y el poseedor de todo lo que pertenece al Padre. Pablo decía: “Ya no vivo yo, sino vive Cristo en mí” (Gal. 2:20), y Jesús pudo decir lo mismo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). No tenía finalidad alguna fuera del Padre.
Salvando las distancias, que son infinitas, cuando lleguemos al final de nuestra vida, nos gustaría poder decir al Padre lo mismo que dijo Jesús: que hemos llevado a cabo la misión a la cual nos encomendó, que hemos entregado su Palabra y que hemos formado a las personas que Él nos entregó para que las formásemos, que hemos glorificado su nombre, no el nuestro, y que hemos terminado su obra. Ahora vamos a Él. Por lo tanto, le pedimos que guarde a las personas que vamos a dejar atrás. Las encomendamos en sus manos con la confianza de que las guardará en el camino correcto. Y con esta confianza, podemos salir de este mundo tranquilos en que el Padre las guardará del maligno, para que ellas, en su día oren la misma oración, con la misma confianza, que todo ha procedido del Padre y al Padre vuelve.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.