“Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto… El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirlo, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor; el rey de Israel!” (Juan 12:7, 12-13).
Lectura: Juan 12:1-7 y 12-16.
María fue la única persona en contacto real con Jesús. Estaba preparando su cuerpo para el entierro mientras las multitudes, el día siguiente, le aclamaban como Rey, pensando que entraba en Jerusalén para establecer su reino. ¡Tanta religión y tan poca atención a su palabra! María adoraba a sus pies; la multitud gritaba ¡hosanna! ¿Cuál de las dos partes lo amaba? Una sola mujer, por un lado, y toda una nación por el otro, y ¿quién tenía razón acerca de lo que le iba a pasar a Jesús? ¿Iba a la Cruz o iba al Trono? María lo sabía y nadie más. Y lo sabía porque había estado a sus pies escuchando su palabra.
Si no mantenemos una relación con el Señor para escucharlo, podemos equivocarnos grandemente en cuanto a los planes y propósitos de Dios. El Señor no los mantenía ocultos, pero los otros estaban ocupados en sus propios planes, prejuicios y proyectos y no lo oyeron. María sí, se había enterado, y decidió prepararlo para lo que le iba a acontecer. ¡Asombrosa mujer! ¡Preparando al Hijo de Dios para su entierro! ¿Cómo podemos imitarla? ¡Preparando las cosas para su coronación!
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