“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él… Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume” (Lucas 7:36, 37).
Esta historia está llena de enseñanza y también de incógnitas. Muchas veces se ha comentado el hermoso acto de la mujer que derramó el perfume del frasco de alabastro sobre los pies de Jesús, llorando, y los enjugó con sus cabellos, y la crítica que recibió al hacerlo, pero no se ha comentado mucho sobre Simón el fariseo. Vamos a detenernos un momento para hacernos la pregunta obvia: ¿Por qué invitó a Jesús a su casa? Es evidente que no lo amaba. Lo trataba con desprecio. ¿Para qué invitas a una persona a tu casa a comer si no la aprecias? Nosotros no hacemos esto. Nos esmeramos preparando una comida especial y queremos que el invitado esté a gusto y que se sienta honrado con nuestras atenciones. Este Simón no trató bien a Jesús en lo más mínimo, según las costumbres de aquel tiempo. No lo recibió con un beso, no lavó sus pies, no ungió su cabeza con aceite, y, es más, le criticó.
Deducimos que Simón invitó a Jesús a su casa para evaluarlo, para juzgarlo y determinar si lo aprobaba o no. Jesús tenía cierta reputación: ¿era un buen rabino, o un falso maestro? Siendo fariseo, Simón conocía bien las Escrituras, era muy religioso, y se guardaba puro y escrupuloso. No tocaría nada que lo contaminase, como todos los fariseos. ¿Qué tal este Jesús? ¿Venía de Dios o no?
Cuando Jesús se dejó tocar por una mujer inmunda, pecadora, contaminándose, Simón lo tenía claro. Jesús no era profeta. No tenía discernimiento. Ni reconoció que esta mujer era pecadora. Se ve que ella no tenía aspecto de mujer de la calle, que haría falta un conocimiento especial de Dios para saberlo. Simón lo sabía, porque la conocía, porque era de su pueblo. De esto hablaremos más adelante. Cuando Jesús no dio evidencia de tener dones sobrenaturales de conocimiento, Simón le descartó como viniendo de parte de Dios.
Jesús entonces cuenta la parábola de dos deudores, diciendo con ella que tanto Simón como la mujer le debían mucho. ¿Qué había hecho Jesús por la mujer? ¿Qué había hecho por Simón? ¿Por qué estaba tan agradecida la mujer? Amaba a Jesús y lo honró con un regalo carísimo. ¿Dónde consiguió el dinero para comprarlo? Se ve que no era pobre, ni tenía aspecto de ser una cualquiera, pero que había vivido en gran pecado, porque Jesús le dijo “sus muchos pecados le son perdonados”. ¿Y Simón, qué? Él no se consideraba pecador; era fariseo. No estaba agradecido. Pero, ¿qué debía a Jesús?
Leemos la misma historia en Mateo 26:6-13 y Marcos 14:3-9 que nos aportan más información. (Si no es la misma historia, tienes que creer que Jesús fue ungido en casa de dos Simones distintos, por dos mujeres distintas, cada una con perfume de un frasco de alabastro, en un banquete en circunstancias parecidas, y en dos ocasiones distintas. Esto lo tienes que decidir tú, después de considerar la evidencia.) En los otros evangelios este Simón se llama “Simón el leproso”. Los fariseos también contraían la lepra. Si Simón el fariseo había tenido la lepra, ¿cómo se sanó? Esto explica por qué le debía tanto a Jesús, y por qué quería investigar sobre su persona. Si uno ha sido leproso, tocado por Jesús, ¿cómo puede condenar a Jesús por dejarse tocar por una mujer pecadora? ¡La lepra es un símbolo bíblico del pecado! ¿Tú has sido leproso? ¿Criticas la relación que tiene Jesús con otros pecadores?
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