“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lu. 24:44).
Jesús se volvió a aparecer a los discípulos otra vez después de la resurrección. Mientras que sus discípulos estaban hablando de Él, “Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu” (Lu. 24:36, 37). Tuvo que convencerles de que era Él, y que no era un espíritu: “Mirad mis manos, y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (v. 39). Todavía le costó convencerles de que realmente era Él. Les explicó que “era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (v. 44). Ya habían escuchado esta enseñanza del Maestro perfecto antes de su muerte, pero no habían entendido nada. Esta vez “les abrió el entendimiento; para que comprendiesen las Escrituras” que hablaban de su muerte. Si el Señor no abre nuestra mente, no entendemos nada. Podemos escuchar al mejor de los predicadores, pero si Dios no da el entendimiento, no comprenderemos nada. Las verdades espirituales nos llegan por vía de revelación. Creer que Jesús está vivo no es suficiente, tenemos que comprender por qué era necesario que muriese, y para ello, el Espíritu Santo tiene que revelárnoslo. Vamos a mirar a algunos de los textos que explican el porqué de su muerte, y que el Señor abra nuestro entendimiento:
La Ley de Moisés:
“Macho sin defecto lo ofrecerá… Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya. Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre” (Lev. 1:3-5).
Los profetas:
“He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto… Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 52:1 y 53:5).
“Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito… En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zac. 12:10; 13:1).
Los salmos:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?… Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean a cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él, sálvele, puesto que en él se complacía… Horadaron mis manos y mis pies. Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, sobre mi ropa echaron suertes… Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré… Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó” (Salmo 22).
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