“El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro” (Apocalipsis 2:1).
Lectura: Apoc. 2:1-7.
Si hemos ido al Escorial, en las cercanías de Madrid, recordaremos los pasillos interminables llenos de tapices. Viéndolos se nos hace el recorrido más agradable. Algo parecido ocurre con nuestro pasaje por la vida. Pasamos por muchos retratos de Jesús, diferentes escenas que revelan distintos aspectos de su carácter, todos ellos exactas y fieles representaciones de quién es. Vamos a pasear por la exhibición de autorretratos, o “selfies”, que tenemos de Él en las cartas que Él escribe a las siete iglesias del apocalipsis.
El primer retrato (Apoc. 2:1-7). es el de un hombre dinámico, activo, enorme, que tiene las iglesias del mundo en su mano: “El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro”. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Es apasionado en su odio por lo falso y se identifica con nosotros en la lucha: “Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida”. Se ve en su rostro una intensidad que arde con la justicia. Nos mira con insistencia a ver si le escuchamos, pues su voz es la voz del Espíritu de Dios: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
El segundo retrato (Apoc. 2:8-11) es el de un hombre victorioso, que te anima, apoya, comprende y te da esperanza: “El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto”. Está contigo. Ha pasado por lo tuyo y estará contigo para volver a pasarlo otra vez contigo: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Es firme en su admonición porque sabe que sus palabras fuertes te impulsarán a completar tu carrera como Él completó la suya.
El tercer retrato (Apoc. 2:12-17) es el de un hombre que personifica la verdad: “El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto”. Es un juez comprensivo que toma en cuenta nuestras circunstancias y todo lo que tenemos que enfrentar al juzgarnos: “Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás”. Es atento. Aprecia lo que nos cuesta mantenernos fieles a Él: “Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe”. Habla la verdad en cuanto a lo que desaprueba: “Pero tengo unas pocas cosas contra ti”. Nos anima a ser vencedores en medio de circunstancias difíciles: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido”.
El cuarto retrato (Apoc. 2:18-29) es el de uno que tiene ojos de fuego y pies de bronce porque han estado en el horno de fuego: “El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto”. Nos da temor mirar su severidad al convocarnos a la rectificación por lo que hacemos mal, porque si no lo hacemos, Él nos juzgará por la Palabra que sale de su boca, pero si lo hacemos, nos alimentará con lo más exquisito de sus palabras que son una delicia. Es severo en su juicio y amoroso en sus recompensas.
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