LA HOSPITALIDAD CRISTIANA (3)

 

“Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe” (v. 9, 10).
 
Lectura: 3 Juan 11-15.
 
            Continuamos meditando en la problemática de esta iglesia del siglo I que el apóstol Juan estaba corrigiendo. Este Diótrefes, uno de los líderes de la iglesia, tenía básicamente dos faltas: la falta del amor y la falta de la verdad. ¡Estas son precisamente las dos cosas que Juan enfatiza en sus tres cartas! Son imprescindibles en la vida cristiana, especialmente en un anciano o pastor de una iglesia. El amor y la verdad caracterizaban la vida del Señor Jesús, y Él es nuestro modelo en todo. Él enseñaba y vivía la verdad y el amor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Del Padre dijo Jesús: “Tu Palabra es verdad” (Juan 17:17). A sus discípulos dijo: “Mayor amor no tiene nadie, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13), y lo hizo.
 
Vamos a mirar estas dos cosas en Diótrefes. De él el apóstol escribió: “le gusta tener el primer lugar”. El único digno de tener el primer lugar en nuestras vidas es el Señor Jesús. Este hombre se amaba más a sí mismo que a los miembros de su iglesia. Los utilizaba para satisfacer su deseo de poder. Mandaba sobre ellos sin piedad. Los sacaba de la iglesia sin importarle el dolor que les causara, o el dolor que esta disciplina arbitraria e injusta ocasionara a los demás de la iglesia que sí que los amaban. “No recibía a los hermanos”, porque no los amaba, porque no tenía el mismo Espíritu que estaba en ellos.  Era un dictador arbitrario abusando de su autoridad para sus fines personales y no quería que nadie le quitase la preeminencia, ni siquiera el apóstol Juan, el apóstol del amor.
 
El amor y la verdad se complementan. Juan amaba a esta iglesia y estaba preparado para decirles la verdad y clarificar la confusión que reinaba en ella. La verdad es que este hombre decía cosas feas: “parloteaba con palabras malignas contra nosotros”, contra Juan y contra los hombres que él había entrenado para el ministerio. La Biblia dice: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lu. 6:45). Por sus palabras el hombre revela su corazón. Si por su boca sale mentiras y odio, esto es lo que hay en su corazón. No mora el amor de Dios en él. ¿Cuál es la verdad? ¡La Palabra de Dios, que, en este caso, estaba escribiendo el apóstol Juan! Y Diótrefes la rechazaba. Rechazaba la enseñanza de Jesús, el Hijo de Dios. Si alguien no tiene al Hijo, no tiene al Padre tampoco (1 Juan 2:23). Su boca y sus obras lo condenaban. Juan lo iba a sacar de la iglesia, lo mismo que él había hecho a otros.
 
Para ser pastor, uno tiene que amar a los hermanos más que a sí mismo y sacrificarse por el bien de ellos. Y uno tiene que amar la verdad, la verdad que se revela por medio de las Escrituras. Un pastor verdadero ama la Palabra de Dios. Es su vida. “Medita en ella día y noche” (Salmo 1:2). La enseña a su congregación. Cree la doctrina apostólica. Se somete a la enseñanza de Pablo, Pedro, Juan y los demás apóstoles. No la considera obsoleta, sino actual y vital para nuestras vidas. Ejemplifica el amor y la verdad por medio de su boca y su vida. Que lo hagamos nosotros también, los seguidores del Señor Jesús que lo amamos. Así sea.

 Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.