“Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe” (v. 9, 10).
Lectura: 3 Juan 11-15.
En 3 Juan el apóstol está tratando un problema de autoridad mal empleada en una iglesia local. La persona en cuestión es un tal Diótrefes, “al cual le gusta tener el primer lugar”. Es una persona que trata a la iglesia como si fuera su propia posesión, y la usa para sus fines personales que eran controlar y mandar en las vidas de todos los que estaban bajo su autoridad. Es un hombre autoritario. Un buen pastor ama a las ovejas. Da su vida por ellas. Quiere guiarlas a la libertad y madurez en Cristo. Las enseña a discernir y él respeta su criterio. Si ellas abren su casa para recibir a una persona, confía en su motivación. Diótrefes en cambio quería controlar lo que pasaba en las casas de todas las personas de su iglesia. ¡Y si alguno de ellos recibía a uno de los misioneros enviados por Juan, los expulsaba de la iglesia! ¡No quería competición en su mando de la iglesia! Era su dominio.
El apóstol Juan estaba preparado para enfrentarlo púbicamente: “si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros”. Este hombre no respetaba al apóstol Juan. Lo calumniaba delante de la iglesia con “palabras malignas”. Cuando algo así ocurre en una iglesia, hay que enfrentarlo delante toda la congregación. Juan es al apóstol del amor, pero aprendió muy bien de su Maestro que cuando alguien está litigando en contra de la verdad, hay que denunciarlo. No se puede permitir que destroce las vidas de las personas en su congregación. Una expulsión de esta índole separaría a la persona de la comunión cristiana. La aislaría. Normalmente las personas que expulsan a otros de la iglesia porque no comparten su criterio, tampoco permiten que los otros tengan contacto con ellas. Esto hace mucho daño. Crea un ambiente de miedo. La gente tiene miedo de expresarse o hablar con otros acerca de lo que está pasando. Unos miembros desaparecen de la iglesia y nadie pregunta qué ha pasado porque tienen miedo de que ellos vayan a ser los próximos en desaparecer. Alguien tenía que parar los pies de este Diótrefes, y Juan estaba preparado para hacerlo.
Lo normal es que las iglesias reciban a los hermanos, que tengan comunión con creyentes de otras iglesias, y que haya buena relación entre las iglesias. Lo no normal es que las iglesias estén encerradas en sí mismas y controladas por un hombre autoritario que no permite comunión con los obreros del Señor de otras iglesias. Debemos tener una actitud correcta hacia la autoridad de la iglesia y mucho cuidado con uno que es autoritario y controlador. El amor recibe a los hermanos de otras iglesias y disfruta de la comunión con ellos. Ofrece hospitalidad a misioneros u obreros del Señor que están visitando su ciudad, y su casa es bendecida por su presencia: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb. 13:2).
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