RETRATOS DE JESÚS (2)

 

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apoc. 3:6).
 
Lectura: Apoc. 3:1-6.
 
El quinto retrato (Apoc. 3:1-6) es el de un Hombre que muestra su desaprobación por la falsedad, pero, si lo miramos con cuidado, sus ojos comunican esperanza en que la rectificación es posible y nos dicen que está pendiente a ver si cambiamos: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque sus obras son dignas”. Sus amonestaciones son fuertes, pero sus recompensas nos inspiran a hacer todo esfuerzo para agradarlo. Es tan cariñoso como estricto, pues su deseo es caminar con nosotros libres de toda mancha, en perfecta comunión. 
 
El sexto retrato (Apoc. 3:7-13) es el de un Hombre puro y veraz, el que determina lo que será y lo que no será: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”. Es compasivo y cariñoso: “Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”. Y: “…los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado”. Es Protector de los débiles: “Te guardaré de la hora de prueba que ha de venir sobre el mundo entero”. Anima al débil: “He aquí yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.
 
El séptimo retrato (Apoc. 3:14-22) es el de un Hombre que dice la verdad aplastante: “Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. No obstante, no te deja en la desesperación. Ofrece la salida: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Ofrece comunión consigo, deseando nuestra compañía: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
       
Todos estos retratos son fieles representaciones de nuestro Señor Jesucristo, un Hombre multifacético. Ahora lo vemos severo, ahora compasivo, conocedor de nuestras luchas por haberlas pasado Él mismo, sabiendo que la victoria es posible, porque la misma fuerza que lo sostuvo a Él está a nuestra disposición por medio de la fe. Es devastador en sus reprensiones, pero no nos deja por imposibles, sino que siempre ofrece la solución para que podemos ser vencedores, como lo fue Él, moviéndonos a acción con sus incomparables promesas: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. Amén. Así sea.   
 

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