LA HOSPITALIDAD CRISTIANA (1)

 

“Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje” (3 Juan 5, 6).
 
Lectura: 3 Juan 7, 8.
 
            La hospitalidad cristiana es una gran bendición cuando lo hacemos para el Señor, con Él como el centro de la visita. Podemos hablar de sus cosas, orar juntos, y fortalecernos mutuamente en la fe. El apóstol Juan dice que es un ministerio de fidelidad al Señor: “fielmente te conduces”. Invitamos a nuestros amigos cristianos a casa y disfrutamos mucho de la comunión en el Señor. Pero aquí en este pasaje el apóstol está hablando de una clase muy especial de hospitalidad, la hospitalidad a los desconocidos, a hermanos que recibimos en casa cuando ellos están haciendo un viaje misionero para la propagación del Evangelio. Puede ser que estén sirviendo en nuestra ciudad o que hayan de pasar por ella en camino a un destino más lejos. Nosotros les prestamos hospitalidad para que no tengan que ir a un hotel, pero en tiempos apostólicos era una necesidad apremiante, no una opción agradable, ser acogido por hermanos en la fe, porque estos siervos del Señor habían salido casi sin recursos económicos y necesitaban un sitio donde comer y descansar por la noche: “porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles” (v. 7). Dependían exclusivamente de la hospitalidad cristiana sin la cual no podían continuar con su misión.
 
            Juan mismo había preparado obreros para ir a las iglesias para dar enseñanza y para ir a otros lugares donde no había iglesia para extender la Palabra de Dios. Le dice a su amado amigo Gayo que hace bien en recibir a estos misioneros que ni conoce, pero sabe que han sido enviados por Juan y que necesitan hospitalidad: “Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad” (v. 8), o sea, para que colaboremos con la obra de Dios, pues, el Evangelio es la verdad. Cuando algunos de estos misioneros habían vuelto a las iglesias que los enviaron, presentaron un informe diciendo que Gayo los había recibido con mucho amor (v. 6). Así fue como Juan supo de la buena acogida que habían recibido en la casa de Gayo.
 
            Todo esto es muy bonito, pero había un gran problema en la iglesia de Gayo. Uno de los líderes de la iglesia no quería que nadie recibiese a estos siervos de Dios que Juan había enviado. El motivo de la carta de Juan es hablar de esta situación: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe” (v. 9, 10). Este Diótrefes quería tener el primer lugar en la iglesia. Evidentemente Juan el apóstol le haría sombra. Juan era el último de los apóstoles del Señor Jesús que quedaba. Ya tenía más de noventa años. Todos los demás habían pasado por el martirio. Solo quedaba él como testigo ocular de la vida, muerte, resurrección y ascensión del Señor Jesús. Nadie tenía más autoridad que él. Pero él presentaba una amenaza para Diótrefes, y por esto no quería que nadie de su congregación recibiese a nadie enviado por Juan, ni quería que Juan viniese, porque Juan lo enfrentaría. 
 
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