ESPECTADORES PASIVOS CON FE

    

“Lo cual es símbolo para el presente… estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:8-12).
 
Lectura: Hebreos 9:13-22.
 
El Tabernáculo no es el equivalente de una iglesia. No era un lugar de cultos. Los judíos piadosos no adoraban a Dios en el tabernáculo, sino con vidas de obediencia a sus mandatos. El Tabernáculo era un lugar para la remisión de pecados. Y esto no se efectuaba por el creyente mismo, sino por el sumo sacerdote en su nombre. El creyente presentaba su ofrenda en forma de un animal y los sacerdotes encargados del altar hacían el resto. Él no podía ni entrar en el Tabernáculo, solo en el patio exterior. Tampoco cantaba alabanzas con la congregación; había un coro del tabernáculo que lo hacía. No sacrificaba a los animales para el perdón de sus pecados, no comía el pan de la propiciación, no fue alumbrado por el candelero, y no ofrecía incienso en el altar de incienso. Todo esto lo hicieron los sacerdotes en su nombre. Por supuesto no entraba en el Lugar Santísimo, donde estaba la Gloria de la presencia de Dios, ni siquiera podían entrar allí los sacerdotes, solo el Sumo Sacerdote, y eso, una vez al año. El creyente era pasivo. Todo se lo hacía para él. Solo tuvo que poner su fe en lo que hacían los mediadores para él.
 
Esto es exactamente lo que tenemos en el Nuevo Testamento. Nosotros somos pasivos. Todo fue hecho para nosotros. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote lo hizo todo. Hizo aún más que los sacerdotes del Antiguo Testamento, porque Él fue la víctima sacrificada y también el Sumo Sacerdote que entraba en el Lugar Santísimo con la sangre, y no la sangre de un animal, sino con la suya propia ofrecida en la Cruz del Calvario. Nosotros no fuimos sacrificados en la cruz por el perdón de nuestros pecados. No tenemos que entrar la presencia de Dios en el Lugar Santísimo del cielo presentando la sangre. Todo esto fue hecho por Otro en nuestro lugar. Somos espectadores pasivos. Vemos lo que se hizo por nosotros y ponemos nuestra fe en ello.
 
¿Cómo somos perdonados? Exactamente como en el Antiguo Testamento, por fe, la fe en lo que hace el mediador a favor nuestro. Nos salvamos por la fe en la sangre del Cordero de Dios ofrecido en nuestro nombre: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras consciencias de obras muertas para que sirváis el Dios vivo?” (Heb. 9:14). ¿Y cómo adoramos a Dios? Por medio de la obediencia a su Palabra: “Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:1, 2).  Todo siempre ha sido cuestión de fe en lo que hacía otra persona a favor nuestro. En el Antiguo Testamento el mediador fue el sumo sacerdote, en el Nuevo es Jesús. Se distingue al creyente verdadero por su fe, evidenciada por una vida consagrada a Dios.

 

Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.