EL LUGAR SANTÍSIMO (1)
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10: 19-22).
Lectura: Heb. 10:10-14.
¿Por qué hizo Dios tan complicado el poder entrar en el Lugar Santísimo?
Dios creó al hombre para estar con él and tener comunión con él. Con esta finalidad bajaba al Huerto del Edén para pasear con Adán y Eva. Pero, después de pecar, ya no pudieron estar en su presencia. Sin embargo, Dios no perdió el deseo de estar con el hombre. Su intención siempre había sido vivir en medio de su pueblo, pero con la llegada del pecado ya no era posible, porque la santidad de Dios fulminaría al hombre que se acercase a Él. En su condición de pecador era muy peligroso acercarse a Dios sin la adecuada protección. Moriríamos: “Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:29). Es abrasador, como el horno de fuego ardiendo donde Nabucodonosor tiró a los amigos de Daniel. Los hombres fuertes que se acercaron al horno para lanzar a Sadrac, Mesac y Abed-nego a sus llamas murieron al instante, abrasados. ¡Necesitamos un traje de asbesto para acercarnos a Dios!
Por eso, Dios proveyó una serie de medidas de seguridad para que el hombre pudiese acercarse a Él sin ser destruido. La presencia de Dios estaba en el Lugar Santísimo en el Tabernáculo. El Tabernáculo estaba cercado por una valla para que nadie entrase. Era para su protección. Solo había una entrada, delante del altar. El altar de sacrificio era para limpiar al hombre que quería acercarse a Dios, para permitirle pasar sin morir. Después se encontraba el lavacro, el nuevo nacimiento en agua y el Espíritu que le había hecho santo para poder entrar en el Lugar Santo siendo santo. En este lugar podía comer el pan de vida, la Palabra que limpia, ser alumbrado por su luz y ofrecer los sacrificios de alabanza aceptables a Dios. Solo con toda esta preparación podía el Sumo Sacerdote entrar en la presencia de Dios.
Pero un momento. Nadie entra sin invitación bajo pena de muerte. El Sumo Sacerdote solo tenía una entrada al año. Sólo podía entrar el día el Día de la Expiación si llevaba sangre, la sangre de la víctima que había muerto en su lugar para que él no muriese. Allí en este Lugar Santísimo estaba el trono de Dios, el propiciatorio, o, en otras traducciones, la sede de misericordia, con querubines de oro por ambos lados. Encima de los querubines descansaba la gloria de Dios, su presencia real. Esto era una representación del trono de Dios en el Cielo, trono que estaba rodeado de ángeles y querubines y envuelto en la gloria shekiná de Dios. Con toda esta protección, el Sumo Sacerdote entraba en la presencia de Dios para obtener la remisión de pecados para su pueblo. Hoy día el creyente tiene la misma protección para entrar en la presencia de Dios, la protección que el sistema anterior simbolizaba. De esta manera Dios puede tener el deseo de su corazón cumplido: tener al hombre cerca sin que se muera.
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