UNA IGLESIA EQUILIBRADA

 

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros” (Efesios 4:11).

Lectura: Efesios 4:11-13.

            Una servidora estuvo escuchando un comentario de este capítulo acerca de la organización de la iglesia que encontré refrescante y da mucho en que pensar. El que lo expuso[1] pastorea una iglesia que funciona según este modelo:

            Como creyentes hemos de vivir “como es digno del Señor”, teniendo cuidado de guardar la unidad del Espíritu, quien nos ha constituido en un solo cuerpo, LA IGLESIA, y nos ha organizado en iglesias locales con los dones necesarios para que éstas se desarrollen y lleguen a la madurez en Cristo. El liderazgo está compuesto por hombres con los siguientes dones: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

La iglesia de este conferenciante es liderada por un equipo de 5 hombres con estos dones. Él explica que al comenzar su pastoreo cometió el fallo de pensar que en una iglesia la enseñanza era lo más importante, pero su iglesia no crecía, porque faltaba el equilibro que se consigue cuando estos cinco dones están colaborando en conjunto. Los defina así: El apóstol es un enviado. De Apóstoles con la “A” mayúscula, solo hay los 12 originales. Hoy día este don se puede llamar el don de abrir obra nueva, de plantar iglesias, de entrar en territorio nuevo. El apóstol es un hombre con visión misionera. Tiene el don de liderar y organizar a otros para que salgan con el Evangelio. El profeta aporta inspiración. Tiene el don particular de hablar la Palabra de Dios para la situación presente, de manera apropiada para hoy. Inspira a la gente con un mensaje de la Palabra de Dios. Aunque todos evangelizamos, el evangelista tiene un don especial para alcanzar a los perdidos. Puede presentar el evangelio de manera eficaz para llevar a la gente al conocimiento del Señor y ser salva. El pastor es el que tiene un don especial para cuidar a la gente. Le importan los miembros. Vigila para ver cómo siguen. Ora por ellos. Es un buen consejero y un guía competente. Y el maestro tiene el don de explicar la Palabra de Dios de manera que tenga sentido y la gente la pueda entender. Tiene el don de la comunicación. 

            Cuando se juntan todos estos dones en un equipo que lidera la iglesia, hay equilibrio. La iglesia está inspirada, se organiza, crece, alcanza a los perdidos y cuida de los miembros. Crece en sabiduría y entendimiento y está equipada para la obra. Así el cuerpo de Cristo está edificado y llega a la madurez, alcanzando la medida completa de Cristo: “Él mismo constituyó (estos ministerios) a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (4:11-13). No te quedes satisfecho con una iglesia que no madura. Dios tiene un propósito para la iglesia. Jesús murió por mucho más que perdonarnos, aunque esto es primordial; quiere que lleguemos a la medida completa de la estatura de Cristo. 

 [1] Comentario de Kris Langham, en “Through the Word”, una App. de móvil para estudiar la Biblia.


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