LA IRA DE DIOS Y LA IRA NUESTRA 

 

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18).
 
Lectura: Rom. 1:18-32.
 
            La impiedad es pecar contra Dios mismo y la injusticia es pecar contra el hombre. La una conduce a la otra. Como si fuera vivo, el pecado va progresando, produciendo cada vez mayor degeneración en el ser humano. Empieza con ignorar a Dios, no glorificarlo, no agradecerle sus dones, ser arrogante, desobedecerlo, y llega hasta a reemplazarlo por animales y reptiles. Termina por degradar su propio cuerpo sexualmente en pasiones vergonzosas y complacerse con los que también lo hacen. “Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad” (2:2). La justica condena al hombre a la muerte. ¿Cómo reaccionó Dios frente a la injustica del hombre? Mandó a un Salvador. Esta es la gracia de Dios manifestada en la cruz del Calvario. ¡Es todo lo contrario a lo que merecemos!
 
            Pensemos un poco en nuestra reacción frente a lo mismo. ¿Qué cosas provocan nuestra ira? ¿Qué te hace enfadar? La injusticia, la informalidad, la mentira, el engaño, la perversidad, la desobediencia, la pseudoreligiosidad, la falsedad, la falta de respeto, la corrupción. La lista continúa. ¿Cómo reaccionamos frente a estas cosas? Con ira, recriminación y venganza. Enjuiciamos, descalificamos, condenamos, nos desasociamos de ellos, les cerramos nuestro corazón y los odiamos. ¿Cómo se compara nuestra reacción frente a estas cosas con la de Dios? ¿Estamos en condiciones de ejecutar justicia?
 
            ¿Cómo deberíamos reaccionar? Veamos dos textos: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres… No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviera sed dale de beber… No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:17-21). Cuando dejamos la venganza en manos de Dios, estamos libres para mostrar la compasión de Dios. Dios hará justicia. Le dará a esta persona lo que se merece. Nuestro deseo, no obstante, como cristianos, es que no coseche la ira de Dios, sino su gracia, que se arrepienta de su pecado y sea perdonado, porque este es el trato que hemos recibido para nosotros mismos de parte de Dios.
 
            “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Stgo. 1:19, 20). Cuando algo nos provoca a ira, debemos tardar, pensar y orar antes de hablar. Debemos escuchar a la persona y a Dios. Lo último que debemos hacer es actuar. Dejemos que Dios obre justicia. Es lento el Señor, porque da tiempo a la persona a darse cuenta de cómo es y arrepentirse. En su amor para el que hace injusticia, Dios espera. Si finalmente el hombre no responde, Dios lo juzgará justamente. De esto podemos estar seguros. Y será fulminante. Pero la reacción nuestra ha de ser la misericordia, como la de Dios lo es. Cuanto más reaccionamos con misericordia, más nos parecemos a nuestro Padre que está en los cielos.        


Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.