“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:19, 20).
Lectura: Santiago 1:14-21.
Una mujer descubrió que su marido le había sido infiel durante mucho tiempo con muchas mujeres y se enfureció. Al día siguiente empezó el proceso del divorció. Ella va a una iglesia y dice ser creyente. Va explicando a todo aquel que quiere escucharla lo que su marido ha hecho. Se está vengando de él. La Biblia dice: “Mía es la venganza. Yo pagaré” (Rom. 12:19). Y también dice que la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Dios obra su propia justicia. Lo nuestro es esperar en Dios. No debemos precipitarnos. Según el mundo, ella tiene base para divorciarse. ¿Qué dice Dios? Dice: “Pero se salvará (la mujer) engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santificación, con modestia” (1 Tim. 2:15). Dice que el camino de la salvación de la mujer empieza en la cruz, confesando su pecado, por un lado, y siendo mujer, por otro. Se salva como mujer y se santifica como mujer. Confesar nuestro pecado significa recibir una revelación de parte de Dios de cómo es nuestro corazón e ir a la cruz quebrantadas confesando cómo somos y muriendo con Cristo en la cruz a todo lo que no es de Dios en nosotras (Gal. 2:20). La persona que se ha crucificado con Cristo es la que recibe el Espíritu Santo y resucita con Él a nueva vida en el Espíritu Santo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y a no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). La mujer que se ha visto tal como es no va corriendo para divorciarse de su marido por su pecado. Espera con paciencia en Dios para que Dios lo cambie. Muestra misericordia. No quiere que su marido se vaya al infierno, porque es donde irá si no se arrepiente. Se sacrifica por sus hijos para que no pierdan a la familia por medio del divorcio. Lo que el divorcio consigue es dejar los hijos con media madre y medio padre. La cristiana confía en Dios para hacer milagros en su matrimonio. Y se sacrifica a sí misma.
Otra mujer descubrió que su marido la estaba engañando. ¿Qué hizo? Esperó en Dios. No se divorció de él. Se sometió al consejo de su pastor. No puso su caso en manos de abogados, ni iba hablando mal de su marido. Se quedó casada y esperó. Han pasado años. La iglesia oraba por ella. Sus hijos se quedaron con una madre y un padre. Ahora, después de mucho tiempo de espera en Dios, el padre ha vuelto a la iglesia. El Señor va haciendo su obra. Tiene que ser lenta porque no nos puede transformar en un plis-plas. Perderíamos nuestra identidad. Su obra es lenta, pero segura, y terminará la obra que ha empezado: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará” (Fil. 1:6), por la gloria de su Nombre. Dios es lento para la ira y grande en misericordia: “Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia” (Salmo 103:8). Alabada sea la misericordia de Dios. Segura es su obra salvífica.
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