LA HISTORIA DE DÉBORA(4)

 

“Despierta, despierta, Débora; despierta, despierta, entona cántico. Levántate, Barac, y lleva tus cautivos, hijo de Abinoam. Entonces marchó el resto de los nobles; el pueblo de Jehová marchó por él en contra de los poderosos” (Jueces 5:12, 13).
 
Lectura: Jueces 5:28-31.
 
            Cuando Sísara vio su carro de hierro enganchado en el fango y el ejército de Israel bajando la montaña, salió de su carro y huyó por su vida. Se refugió en la tienda de una tribu nómada que apoyaba a Israel y la mujer de la tienda lo mató. La Biblia describe su muerte con pena, hablando de su madre mirando por la ventana con ansiedad cuando no volvía de la batalla. Dios no desea la muerte de ningún pecador. No se recrea en su sufrimiento. La presenta con pena irremediable: “así perezcan todos tus enemigos, oh Dios; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza”. Un día todos los enemigos de Dios perecerán. Mientras tanto, estamos en la batalla y nuestra responsabilidad es la de marchar por el Señor en contra de los poderosos: “El pueblo de Jehová marchó por él en contra de los poderosos” (5:13).
 
            De esta batalla aprendemos muchas cosas: “Desde los cielos pelearon las estrellas… los barrió el torrente de Cisón… marcha, oh alma mía con poder”. Los cielos, la tierra y el hombre unen sus fuerzas en la gran batalla de Dios. El Señor usa cielo y tierra en nuestra defesa. El cielo y el hombre luchan juntos. Nosotros hacemos nuestra parte y el ejército celestial pelea en los lugares celestiales, y Dios da la victoria.   
 
            Observamos que Débora no era Juana de Arco, no llevó al ejército ella misma. No era Eva, quien escuchó al diablo y le dijo al marido lo que tenía que hacer. Era profetisa, una madre en Israel, quien escuchó a Dios, animó al hombre a levantarse a favor de Dios y lo potenció para obedecer al Señor. Nuestro papel como mujeres es fabuloso. Somos madres en Israel: “Yo Débora me levanté, me levanté como madre en Israel” (5:7).  
 
            Débora sirve para mostrar que la mujer es esencial para la victoria. Es menester que use sus dones. Su historia no sirve para enseñar que la mujer pueda pastorear una iglesia. Ella no predicó. Tampoco sirve para mostrar que la mujer sea superior al hombre. Sirve para mostrar que, cuando la mujer usa sus dones y el hombre los suyos y los dos colaboran juntos, la iglesia sale victoriosa. Una mujer puede ser femenina y totalmente realizada, y Dios le puede dar una palabra profética para el hombre para estimularlo en su servicio al Señor. Ella apoya su liderazgo y lo potencia, lo anima y lo pone en marcha para que lleve a cabo la obra de Dios. En esto ella es una ayuda idónea. Que el Señor nos use a las mujeres para animar a nuestros maridos y apoyar a nuestros pastores en esta batalla feroz en la cual todos estamos inmersos ahora en el fin de los siglos. Quitemos el polvo del viejo himnario y cantemos: “¡Firmes y adelante, huestes de la fe!”. Amén.  


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