“Os recomiendo además a nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo” (Romanos 16:1, 2).
Lectura: Romanos 16:1-10.
Leer este capítulo de la Biblia dispersa cualquier concepto de Pablo de un hombre viejo, rígido, anticuado, machista y complicado. En ello se ven sus relaciones entrañables tanto con hombres como con mujeres de diferentes edades, estatus sociales y culturas. Pablo era simpático, afable y cercano. Era amigo de sus amigos. Este capítulo es un botón de muestra de cómo era de grande este santo de Dios.
Empezamos con Febe. Era diaconisa de la iglesia en Cencrea, un puerto antiguo a 8 km. de Corinto. Pablo pide a los romanos que la reciben en el Señor, como es digno de los santos. Su fórmula para relaciones entre creyentes se hace patente con esta expresión. Nos hemos de recibir los unos a los otros “en el Señor”, no como una extranjera desconocida de Grecia, en este caso, ni con reservas, ni con desconfianza, sino como parte de la familia de la fe, como una persona con el mismo Padre, que tiene todo lo más importante en común con nosotros ya, aun antes de empezar a conversar y tratarla. A Febe, en concreto, la tenían que recibir con respeto, por el lugar que ocupa en su iglesia, por su servicio a muchos y por lo que ha hecho para ayudar a Pablo, como pagando la deuda que tiene Pablo con ella. Así unos suplen las carencias de otros, y los que sirven son servidos.
¡Priscila y Aquila son viejos amigos nuestros! De ellos Pablo dice: “Salud a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron sus vidas por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles” (16:3). Pablo tenía una larga y profunda amistad con estos hermanos. Se habían conocido en Corinto cuando los judíos fueron expulsados de Roma bajo Claudio y se trasladaron a esta ciudad. Como eran del mismo oficio de Pablo trabajaron juntos en la fabricación de tiendas y en el ministerio de la extensión del evangelio en Corinto por un año y medio, y luego en Éfeso (Hechos 18). Su dedicación a Pablo y al Señor era total. Habían arriesgado sus vidas por el apóstol y, al hacerlo, incurrieron en una deuda con todas las iglesias, porque si hubiese muerto Pablo, nunca habrían recibido el mensaje de salvación en Cristo. Todos estamos relacionados en el Señor, y todos debemos mucho a todos. Hay una red de relaciones que nos une a los creyentes los unos a los otros que es desentrañable. “Salud también a la iglesia de su casa” (16:5). En Roma estos hermanos tenían una iglesia en su casa. No es de sorprender, porque donde quiera que viviesen, sus vidas y sus bienes estaban a disposición del Señor. Fueron salvos para servir al Señor, y esto lo hicieron de todo corazón, por la abundancia de amor que sentían hacia el Señor Jesús y a todos sus hermanos. Nosotros también estamos endeudados con esta pareja por su ejemplo de lo que es un matrimonio cristiano, y por su servicio al apóstol Pablo al mantenerle vivo para ministrarnos a nosotros por medio de su clara exposición del Evangelio de Jesucristo.
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