“Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, le fue contado por justicia” (Génesis 15:3-6).
Lectura: 15:1-4.
La visión de Abram de las estrellas habría sido muy hermosa. Si hubiese empezado a contarlas, igual habría contado hasta cien, o habría pensado que posiblemente había más. Los científicos hoy estiman que hay unas 10.000.000.000.000.000.000.000.000 estrellas, más que los granos de arena que hay en todas las playas del planeta. Una de las estrellas que Dios le mostró seguramente fue la Estrella de la Mañana (Apoc. 2:28), la más hermosa de todas. Pues, Jesús es el mayor de los hijos de Abraham, como leemos en su genealogía: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). La promesa de Dios a Abraham fue mucho mayor de lo que él podía imaginar. ¡Lo bueno se hizo esperar! Cuánto amor le mostraba Dios a Abraham al darle esta visión de su descendencia.
Abraham tuvo dos clases de descendientes, los físicos y los espirituales. Cuando Jesús habló de los hijos de Abraham, se refería a los espirituales, los de la fe de Abraham. Dijo que uno no se salvaba por ser hijo físico de Abraham, sino por ser hijo espiritual. Juan el bautista lo dijo muy claramente: “Y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mat. 3:9). En cambio, Zaqueo era un verdadero hijo de Abraham, por tener la fe de Abraham: “Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham” (Lu. 19:9), cosa que evidenció por su arrepentimiento y por el cambio que su fe en Cristo produjo en su vida. Natanael es otro: “Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita” (Juan 1:47). Muy diferente que Zaqueo, mucho más piadoso, pero también llegó a amar y seguir a Jesús. Los hijos de la fe de Abraham son sus verdaderos descendientes, y forman el pueblo de Dios.
El apóstol Pablo escribe una larga explicación de este tema en Romanos 4:13 a 25. Resumiendo, Pablo dice que la promesa que Dios dio a Abraham fue realizada mediante la fe, la fe de Abraham, y la misma fe operando en nosotros nos hace hijos de Abraham: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros” (Rom. 4:16, epístola escrita a gentiles). A los gálatas Pablo escribe: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gal. 3:7). “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra” (Rom. 2:28, 29). Abraham, por lo tanto, fue padre de millones, a todos los que tienen una fe viva en Dios, manifestada en la obediencia. Esta es la fe que Dios cuenta como justicia. Estas son las estrellas que veía Abraham.
Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.