“Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de los sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió” (1 Corintios 8:10, 11).
Lectura: 1 Cor. 8:5-9.
Pablo en este pasaje está enseñándonos que no debemos ser piedra de tropiezo para un hermano débil en la fe. Debemos tener en cuenta su conciencia y no dañarla haciendo cosas que para nosotros son lícitas, pero para él no lo son. Porque si él sigue nuestro ejemplo, viola su propia conciencia. Hace algo que no está mal, pero él lo cree mal, y, por tanto, lo es para él. Hemos de respetar nuestra conciencia y la de los demás. Por ejemplo, si yo creo que es pecado gastar mucho dinero en una comida, y lo hago, he violado mi conciencia, y esto me es pecado. Para otro hermano, no es pecado, porque él no ve nada malo en ello. Si sigo su ejemplo, voy en contra de mi conciencia, justificándome por su ejemplo, y peco. Él ha llegado a ser piedra de tropiezo para mí. Esto es lo que Pablo quiere evitar.
Si el hermano viola su conciencia, esto crea una barrera entre él y Dios. Podría terminar apartándose de Dios. Él se sentiría culpable, y la culpa separa de Dios. Por lo tanto, si para mí no hay nada malo en comer carne, pero para él es pecado, yo debo limitarme por la conciencia suya. Esto es amor. El amor en este caso es privarnos para proteger la conciencia del hermano. Así que, si para el hermano es pecado beber vino, cuando estoy con él, no lo bebo.
Lo que me motiva a proteger la conciencia del hermano es el valor que este hermano tiene. Es una persona “por quien Cristo murió”. ¿Es esta la manera que tengo de ver a los hermanos? ¿Los veo como preciosos para Cristo y valiosos para Dios? Cristo ha muerto por ellos. Este es el precio que valen. Si Él murió por ellos, es porque los consideraba valiosos, tan valiosos que valía la pena morir para salvarlos.
Pablo dice a los ancianos de Éfeso: “Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehusado anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:26-28). Pablo dice a los ancianos de esta iglesia que cada persona en su congregación ha sido ganada con la sangre de Cristo. Cada una vale lo que vale la sangre de Cristo. Este es un precio muy alto; son de valor infinito. Esta es la manera en que hemos de mirar a todos los creyentes, a los que son pesados, y los que nos molestan, y a los que nos ofenden también. Los hemos de ver como personas a las que Cristo ha comprado con su sangre. Para Él son tremendamente valiosos. Por lo tanto, los hemos de respetar, valorar, cuidar, y hemos de sacrificar nuestras libertades para su bien. Si vemos a todos los creyentes con estos ojos, consideraremos un privilegio estar con ellos. Son preciosos para Dios.
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