“Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (Lucas 24:8).
Lectura: Lucas 24:1-9.
En el día de la resurrección, las mujeres fueron a la tumba con especias aromáticas para atender al cuerpo de Jesús, pero entrando en el sepulcro, “no hallaron el cuerpo del Señor Jesús” (24:3). No sacaron la conclusión de que había resucitado. Ni se les pasó por la cabeza. Tuvieron que venir ángeles del cielo para recordarles las palabras del Señor cuando dijo: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Cuando los ángeles hablaron las palabras de Jesús, estas palabras cobraron vida, y las mujeres creyeron.
Los apóstoles oyeron el testimonio de las mujeres, “más a ellos les parecían locura las palabras de ellos, y no las creían” (24:11).
Los dos discípulos de Emaús escucharon toda la exposición bíblica del mismo Jesús, pero no creyeron, ni cuando Jesús les abrió las Escrituras, hasta que “sus ojos fueron abiertos y le reconocieron” (24:31). Hizo falta que sus ojos les fuesen abiertos para que creyesen. Ni con la Biblia, ¡ni con Jesús mismo hablando con ellos, creyeron! Hizo falta que sus ojos les fuesen abiertos.
Aquel mismo día los discípulos estaban hablando entre sí de estas cosas cuando Jesús mismo se les apareció a ellos, ¡y tampoco creyeron! “Espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu” (24:37). Les mostró sus manos y pies, comió pescado delante de ellos, les recordó sus mismas palabras: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (24:44), ¡pero todavía no creyeron! Ni con Jesús mostrándoles las marcas de su pasión creyeron. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (24:45). Entonces creyeron.
¿Te das cuenta? Para que una persona crea, hace falta que Dios mismo le abra el entendimiento. Nosotros podemos testificar de Jesús, podemos contar nuestro testimonio, podemos citar las Escrituras, podemos presentar la evidencia, pero si Dios mismo en un acto soberano y personal no abre su entendimiento, no hay nada que hacer. Cuando una persona realmente cree, es un milagro de Dios. Es porque Dios mismo ha abierto su entendimiento. La salvación es un milagro. Hace falta una intervención divina para que una persona se convierta.
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