“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan… Así, pues todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:23, 26).
Lectura:1 Cor. 11:27-32.
¿Cuál es el propósito de la mesa del Señor? Algunos piensan que es para recordar lo que ocurrió en el Calvario, repasar la crucifixión y mantener fresco en nuestra mente los detalles de su padecimiento. Hacemos bien en recordar el coste de nuestra salvación, pero con la finalidad de agradecer lo que Él pagó para conseguir nuestra paz con Dios, no para repasar cuánto sufrió. No es su sufrimiento lo que nos salva, sino su sangre y su muerte. Si hubiese sufrido menos, todavía su muerte habría conseguido nuestra salvación.
El propósito de la mesa del Señor tampoco es cumplir con un mandamiento que el Señor nos mandó. La vida cristiana no consiste en una serie de cultos que celebramos cada domingo para cumplir con una ordenanza.
El propósito de la santa cena tampoco es conseguir una imitación perfecta de los detalles de la primera mesa del Señor. Algunos se fijan en cómo es la copa en sí, o en si lo que contiene es vino o mosto, o la clase de pan que se emplea, o en si todas las participaciones siguen una misma línea, en la frecuencia con que se celebra, si es por la mañana o por la tarde, quien puede administrarlo, o en otros aspectos visibles de la celebración. Tienen su importancia relativa, e intentamos ser bíblicos, pero los tiros no van por lo externo, sino por lo interno.
La primera mesa del Señor no fue una actuación perfecta. Ni siquiera fue un culto. Hubo tensión y conflicto. Hubo confrontación. Uno de los discípulos iba a traicionar al Señor. Los presentes no tuvieron un concepto tan elevado de sí mismos que descartasen la posibilidad de que fuesen ellos mismos: “¿Seré yo, Señor?”. Los tiros sí que van por este lado, por nuestra relación con el Señor. ¿Cómo va? El apóstol nos dice: “Por lo tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio como y bebe para sí”. La pregunta es: ¿Cómo voy con el Señor? Y la segunda pregunta es: ¿Cómo voy con los demás hermanos? Judas iba mal en los dos sentidos.
La mesa del Señor es para examinarnos para ver cómo vamos en la vida cristiana, con los demás creyentes, y con el Señor. Es para confesar nuestro pecado y poner las cosas bien con Dios y con los demás. El apóstol solo dedica cuatro versículos a hablar de la institución de la mesa del Señor, pero siete a la condición de nuestro corazón y la convivencia con los demás. La mesa del Señor es una oportunidad para confesar pecado, restaurar relaciones dañadas, dejar que el Espíritu Santo examine nuestros corazones, y acercarnos al Señor. Por lo tanto, oramos: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón, y ve si hay en mi camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
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