NOS SACASTE A ABUNDANCIA

“Él es quien preservó nuestra alma, y no permitió que nuestros pies resbalasen. Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza; pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste a abundancia” (Salmo 66:9-12).
Este es nuestro testimonio cuando Dios termina la prueba de nuestra fe. Hemos pasado por lo indecible. El salmista lo compara con la sensación de pasar por el fuego como la plata, de estar atrapado en una red sin poder escapar, de estar aplastado bajo una pesada carga. Es como si caballos cabalgasen sobre nuestra cabeza, como estar ahogado en una inundación o quemado en un incendio. Todas son cosas terribles. Es estar extenuados, encontrarnos en una situación que nos sobrepasa que no tenemos la fuerza o los recursos para sobrellevarla. Parece que vamos a perecer. ¡Y lo más sorprendente es que es Dios quien ha diseñado todas estas pruebas de nuestra fe para ver cómo íbamos a reaccionar! ¿Esto es tu concepto de Dios? Si tú piensas que Dios es una especie de máquina para bendecirnos, tendrás una sorpresa muy grande cuando cosas que cumplen estas descripciones te pasen. Quedarás confundido y aturdido; no encajarán con tus expectativas de la vida cristiana. Pero así fue en la vida de David y no abandonó la fe. Mantuvo su confianza en el Señor, y al final, Dios le sacó a abundancia.
Esta abundancia es la realización de lo que él esperaba de Dios. Cuando Dios cumple algo que le hemos pedido durante largo tiempo, la “abundancia” que resulta es tan grande que casi no podemos dar crédito a la magnitud de lo que ha pasado. Durante años hemos estado orando, suplicando, creyendo que Dios iba a conceder nuestra petición. Nuestra fe ha persistido a pesar de todo lo que nuestros ojos estaban viendo. Era una fe ciega en que Dios haría lo imposible. Es el caso, por ejemplo, de una madre orando por la salvación de su hijo quien no muestra ningún interés en cosas espirituales. Al contrario, se aleja cada vez más de Dios. Se endurece. Se mete más y más en el mundo. Pero ella continúa orando. Como Abraham, cree en esperanza contra esperanza y su fe ha ido fortaleciéndose y profundizando, basándose solamente en Dios y nada más. Llega a estar totalmente convencida de que Dios hará lo que ha prometido, porque Él es Dios, y por ningún otro motivo. No tiene fe en sus oraciones, su obediencia, su conocimiento de la Biblia, su mérito personal, nada, salvo en Dios mismo. Todo depende de Él.
Esta madre no tiene ningún plan de cómo Dios lo va a realizar. Se le han agotado todas las ideas. Ya no le propone al Señor ningún curso de acción. Han pasado años. Sus métodos, ideas, sugerencias, todos se han caducado. Sus ojos están clavados en Dios solamente. Y un buen día, de la manera menos esperado y menos dramático, Dios hace lo que dijo que iba a hacer. Sin pompa ni heraldos. Simplemente lo hace. Y lo que hemos esperando tantos años y décadas llega a ser realidad, y parece que estamos soñando: “Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza, Entonces dirán ente las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres” (Salmo 126:1-3). Así es cuando Dios ha terminado con la prueba de nuestra fe. Lo imposible llega a ser realidad, y esto, porque Dios es Dios.