LA NUBE NEGRA

“¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días; ¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42:3, 3).
Para la persona acostumbrada a disfrutar de la presencia de Dios, perder la sensación de su cercanía, no ir oyendo su voz, sentirle lejos, es causa de profunda consternación. El salmista se alejó de Dios porque su presencia estaba ubicada en el templo de Jerusalén y él iba camino a la cautividad. Cada paso le alejaba más del “Dios de su alegría y de su gozo”, como él mismo dice (43:4). Por lo tanto se encontraba abatido, triste, turbado y añorado de sus experiencias anteriores con Dios (ver 42:3, 4, 5, 11, 6; 43:2, 5). Solo tenía un deseo: volver a la presencia de Dios.
En tiempos de Nuevo Testamento es un poco diferente. Después de la venida del Espíritu Santo, Dios siempre está con nosotros, con los que somos sus hijos. No obstante, a veces perdemos la sensación de su presencia. Perdemos la paz de Dios. Es un tema complejo, pero cuando esto ocurre, necesitamos averiguar la causa y salir de este estado de luto y entrar en el gozo de su luz y amor. Aquí hay algunas causas posibles:
Podría ser porque hemos pecado. En tal caso necesitamos orar: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; prueba me y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). El Espíritu Santo nos mostrará el pecado, si lo hay.
Tenemos que tener cuidado con la culpa falsa. El enemigo nos acusa de cosas vagas como, por ejemplo, no ser adecuados, no hacer todo bien, no servir a Dios lo suficiente, no cumplir con todo, etc. Él es “el acusador de nuestros hermanos” (Ap. 12:10). Cuando confesamos estos “pecados” no encontramos alivio, porque no son pecados.
Puede ser que porque nos encontremos abrumados, porque tengamos un problema por aquí, otro por allí, otro por allá, y unos cuantos más, y los hemos puesto todos juntos en nuestra mente, los hemos amontonado, y ahora estamos mirando a un gran montón de problemas como cosa insuperable. “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová” (Salmo 121:1). Hemos de mirar más arriba de la cima de la montaña a Dios mismo, porque con Él no hay nada imposible (Lu. 1:37).
Puede ser porque estemos desorientados. No sabemos cuál es el camino que hemos de coger. Dios “me guiará… por amor de su nombre” (Salmo 23:3).
La causa puede ser físico. Si tenemos mucho dolor, mala salud, alergias, una enfermedad crónica, esto debilita y dificulta nuestra concentración al leer la Biblia y meditar en ella. En tal caso la música cristiana puede ayudarnos, hermanos que vienen y oran con nosotros, escuchar sermones por el móvil, programas cristianas de radio, etc. Dios puede usar a los hermanos para ayudarnos a salir de esta tristeza. Sea como sea, tenemos su promesa:
“Mi Dios alumbrará mis tinieblas” (Salmo 18:28).