EL AUTODOMINIO DE JESÚS

“Y levantándose en medio, el sumo sacerdote preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada de lo que testifican estos contra ti? Pero Él callaba y nada respondió. El sumo sacerdote le pregunta otra vez, y le dice: ¿Eres Tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús respondió: Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo en las nubes del cielo” (Marcos 14:60-62).

Jesús se mantuvo en silencio todo el tiempo que los testigos falsos le acusaban deliberadamente torciendo sus palabras, diciendo que había dicho cosas que no dijo. Esto requiere mucho control, porque enseguida nos provoca a ira. Tenemos ganas de corregir y decir lo que realmente habíamos dicho. Pero Jesús no lo hizo. No se iba a poner en su nivel para discutir con ellos. No le creerían de todos modos. Podría haber señalado las contradicciones entre ellos, pues, “los testimonios no coincidían” (v. 56), pero no lo hizo. Se mantuvo callado: “él callaba y nada respondió”.

Pero cuando era necesario hablar, habló. Cuando el sumo sacerdote le pregunto si era el Hijo del Bendito, Jesús respondió. (“El Bendito” igual que “el Poder” son hebraísmos reverentes, para no pronunciar el nombre sagrado de Dios). Jesús tuvo que contestar a aquella pregunta. Si no lo hubiese contestado, habría puesto su verdadera identidad en entredicha para siempre. Se habría negado a sí mismo.

Es la revelación más clara de su identidad que tenemos que procede de sus mismos labios. El Padre ya había dicho en dos ocasiones que era su Hijo: en su bautismo: “He aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complací” (Mat. 3:17), y en la transfiguración: “Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido” (Mat. 17:5). En esta última ocasión el Padre reveló su eterna gloria cuando le dio a conocer. Pedro ya lo había dicho con toda claridad cuando Jesús les preguntó a sus discípulos quién era: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. Respondió Jesús y le dijo: Bienaventurado eres Simón bar Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:15-17). Esta confesión viene de labios de Pedro, y Jesús la confirma, pero no lo dice Él. Pedro dijo que Jesús era dos cosas: el Mesías y el Hijo de Dios.

En la ocasión cuando estaba delante del sumo sacerdote y todos los líderes religiosos de Israel, Jesús confesó quien era: las dos cosas, el Mesías y el Hijo de Dios. Los judíos no sabían que el Mesías que esperaban iba a ser el Hijo de Dios, ni creían que Dios tenía Hijo. Aquí Jesús lo dice claramente. Luego cita el versículo de Daniel: “He aquí con las nubes de los cielos venía uno como hijo de hombre, y llegó hasta el anciano de días, y lo hicieron acercarse ante Él. Y le fue concedido señorío, gloria y un reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran. Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino un que no será jamás destruido” (Daniel 7:13, 14). ¡Asombroso! ¡Contundente! Estos hombres conocían la profecía y se quedaron pasmados. Jesús está pretendiendo igualdad con Dios y el gobierno eterno. Lo entendieron y determinaron matarle.

Queremos subrayar que Jesús supo controlarse. Supo cuando hablar y cuando callarse. Este es el auto dominio que el Espíritu Santo quiere obrar en nosotros.