¡SE ACABÓ!

“Ahora el fin viene sobre ti: Lanzaré mi ira contra ti, te juzgaré según tus caminos, y traeré sobre ti todas tus abominaciones” (Ez. 7:3).

Han habido infinidad de avisos y anuncios de juicio. Dios ha denunciado la idolatría, la rebeldía y la violencia desde el principio y advertido de las consecuencias. Uno que ha escuchado muchas advertencias puede pensar que son meras palabras, que no pasará nada, y seguir pecando. Pera ahora se acabó. El juicio es eminente. Deben prepararse para lo peor.

Dios había puesto a Israel en el centro de las naciones para revelarse al mundo por medio de su pueblo. Ahora por su mal ejemplo las naciones piensan que Dios tolera el pecado, la inmoralidad y la injusticia, que la religión es aparte, que el culto a Dios es una cosa y la forma de vivir otra, que no tienen nada que ver el uno con el otro. Para corregir este error Dios tiene que castigar a su pueblo. Este castigo servirá de advertencia para las naciones, para avisarles que el incumplimiento de los mandamientos de Dios trae consecuencias. “Así dice Adonay Yahvé: Esta es Jerusalem! La puse en el centro de los pueblos, rodeada de naciones, pero se rebeló contra mis leyes y mis mandatos pecando más que otros pueblo; contra mis estatutos, más que las naciones vecinas, porque rechazaron mis mandatos y no siguieron mis leyes” (Ez. 5:5, 6).

La respuesta de Dios es: “Yo estoy contra ti” (5:8). En hebreo suena más fuerte aun: “Mírame –contra ti–yo mismo”. ¡El verdadero enemigo ahora no era Babilonia, sino Dios mismo! ¿Por qué? Porque rompieron el pacto. Las consecuencias de su incumplimiento venían incluidas en él, a saber, las maldiciones mencionadas en Lev. 26:14-39 y en Deut. 28:15-68). “Yahvé enviará contra ti maldición, quebranto y consternación en todo cuanto pongas la mano para hacer, hasta que seas destruido y perezcas rápidamente, a causa de la maldad de tus acciones, por las cuales me habrás abandonado”(Deut. 28:20). “Yahvé te dispersará por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro”(Deut. 28:64). Quedó muy claro cuáles serían las consecuencias, pero Israel pensó que esto nunca iba a pasar. Creían que tenían una relación especial con Dios que se mantendría en pie no importa lo que ellos hiciesen.

Pues, no. La paciencia de Dios se había agotado. Tuvieron tiempo para rectificar, pero no lo hicieron. Y ahora viene sobre ellos calamidad y mortandad, porque es su justo merecido a causa de la idolatría, los males sociales y la violencia que llenaba sus calles. El castigo era inexorable. No podía ser detenido.

Puede ser que presumes de una relación especial con Dios que te permita desobedecerle sin que te pase nada. Razonas que Él es tu Padre amoroso y no castiga, porque el castigo es cosa del Antiguo Testamento. Pero te equivocas. Si pecas delante de todo el mundo, Dios tiene que castigarte por amor a su Nombre y por amor a los demás, para que comprendan como es de verdad, y para que le teman. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo que el del Nuevo. Los escritores del Nuevo Testamento eran judíos. ¡No cambiaron su concepto de Dios para escribir el Nuevo Testamento! El juicio sigue comenzando por la casa de Dios (1 Pedro 4:17).