“Si algún justo se aparta de su justicia y hace maldad, pondré un tropiezo delante de él y morirá, porque tú no lo amonestaste. Por su pecado morirá, y las obras de justicia que hizo no serán recordadas, pero Yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si amonestas al justo para que no peque, y él no peca, de cierto vivirá porque fue amonestado, tú habrás librado tu alma” (Ez. 3:20, 21).
Lo que nos llama la atención de este pasaje es que lo que cuenta no es cómo la persona empezó “la vida cristiana”, sino cómo finalizó. Puede ser que hiciera profesión de fe, que fuera bautizada, que participara en la vida de la iglesia, pero si finaliza su vida lejos de Dios, “por su pecado morirá, y las obras de justicia que hizo no serán recordadas”. ¡Esto es terrible! Como mínimo, significa que horas y horas y horas de trabajo se perderán. Años de sacrificio no contarán para nada. Es frustrante cuando perdemos una hora de trabajo en el ordenador. ¡Imagina el trabajo de toda una vida perdida! Si esta persona se salva, entrará en el cielo derrotada, sin nada que glorifique a Dios, con consecuencias eternas en cuanto al estatus que va a disfrutar en el reino de Dios. También es posible que su final revela que nunca ha conocido al Señor.
Conozco la historia de una mujer que servió fielmente en su iglesia durante muchos años, hasta que su marido murió. Entonces se fue a vivir con un inconverso y desapareció de la iglesia. Somos peregrinos. Lo importante no es emprender el peregrinaje, sino llegar al destino. Hemos de mantenernos fieles al Señor aun en la viejez. Ni siquiera podemos relajar la vigilancia cuando seamos mayores. ¿Para qué queremos perder toda una vida de trabajo por unos años de descuido en la ancianidad?
Me hermana cuenta que cuando mi madre tuvo 96 años la llevó a una reunión. Mi madre estaba demasiado débil para participar de su acostumbrada manera, dando pequeñas discursos, pero cuando terminó, se colocó en la puerta y saludó a cada persona individualmente, dando un saludo atento a cada uno, una palabra de ánimo, o un cumplido. Así era mi madre, siempre pensando en los demás, hasta el final de sus días. Este incidente ocurrió unas 6 semanas antes de fallecer.
Últimamente tuvimos ocasión de visitar un hogar de ancianos y encontramos allí a un hermano que había sido pastor durante muchos años, hasta que se jubiló y enfermó. Allí en el hogar no puede hacer mucho, casi nada. Puede ser que el Señor en su amor por él le esté regalando un tiempo tranquilo, sin todas las responsabilidades del pastoreo, apartado, para que pueda concentrase en su relación con Él. Es muy importante llegar al cielo bien preparado, conseguir lo que llama Pedro “una amplia entrada en el reino de nuestro Señor Jesucristo”. “Pero Dios no es injusto para olida vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Heb. 6:10), hasta el final. Vamos a mantenernos cerca del Señor, sirviéndole a Él y a los hermanos hasta que nos llame a su presencia, “porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:10). Así sea.