SU LIBERTAD Y LA NUESTRA

“Pero cuando Yo te haya hablado, entonces abriré tu boca para que les digas: Así dice Adonay Yahvé. El que quiera, que te escuche y el que no, que lo deje, porque son casa rebelde” (Ez. 3:27).

¿Algunas veces te parece que los no creyentes tienen más libertad que nosotros? El profeta va a estar atado en casa sin poder hablar:“He aquí te pondrán sogas y te atarán con ellas, para que no salgas a ellos. Y yo haré que la lengua se pegue a tu paladar, y quedarás mudo, y no serás para ellos como un varón que reprende, porque son casa rebelde” (v. 25, 26). El pueblo no tiene ningún interés en escuchar la palabra de Dios. No quieren reprensiones. ¡Y Dios colabora con ellos! Le quita el habla al profeta. Quedará mudo. Pero Dios hará algo sobrenatural. Le devolverá el habla cuando tiene que transmitir un mensaje suyo. Esto servirá de señal a la gente. Ellos solo pueden atar al profeta. Esto es fácil. Dios puede hacer esto, ¡y más! Puede hacer que una persona quede muda y que hable cuando Él quiere. En esto Dios demuestra su poder. Ellos piensen que por atar al profeta ya no tendrán que escuchar aquella palabra de Dios que no les interesa, pero Dios dice que Él puede hacer que una persona hable o deje de hablar, cosa que no está en su poder.

Lo mismo con nosotros. Dios es el que nos dice cuando tenemos que hablar y cuando tenemos que callar. No es cuestión de hablar cuando nos parece. Si tenemos un mensaje de parte de Dios para transmitir, Él abrirá nuestra boca de forma sobrenatural para que la gente vea que detrás de lo que decimos está el Señor. Nos dará una capacidad especial para hablar que hará ver a los demás que hablamos de su parte.

Mientras el profeta está atado en su casa, mudo, la gente entra y sale y hace lo que les parece. Tienen libertad de acción y libertad para recibir la palabra de Dios o no: “El que quiera, que te escuche y el que no, que lo deje”. Dios da libertad a los que no se sujeten a Él. Pueden abrir su corazón y recibir su palabra o cerrarlo y rehusar escuchar. Pueden obedecerle o no. Pueden vivir a su manera, o hacer caso a la amonestación de Dios y cambiar. Si cambian, vivirán; si no, no. Lo que está en juego es su vida. Dios no obliga a nadie a creer.

El caso del creyente es muy diferente. No puede hacer lo que le da la gana. No puede cerrar sus oídos a la palabra de Dios. No puede montar su vida a su manera. Su libertad está coartada. Esto es lo que significa ser discípulo de Cristo. Uno ha renunciado a su propia voluntad para hacer la de Dios. ¡Usa su nueva libertad en Cristo para sujetarse! Su deseo es hacer lo que Dios le pide, aunque no le apetezca. Dios nos ha dado libertad para vivir para Él. Es libertad de la tiranía del pecado, de estar esclavizados a nuestros deseos carnales, es libertad del poder de Satanás que tiene atados espiritualmente a todos los que no son de Dios. Parece que ellos tengan libertad para pecar y que nosotros no somos tan libres, porque no podemos hacer las cosas que ellos hacen, pero esto es no entender las cosas.

La libertad pura no existe. Dios no está libre para pecar. Su santidad no lo permite. Satanás no está libre para pecar tampoco: Dios le limita; solo puede hacer lo que Dios permite que haga. El pecador no está libre: es prisionero de Satanás, pero no se da cuenta. El creyente ha sido libertado por Cristo para poder hacer la voluntad de Dios, pero también está libre para rebelarse, pero no quiere. Los que amamos al Señor hemos encontrado que lo que dijo Jesús es cierto: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres… Todo el que practica el pecado es esclavo del pecado. ..Si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8:33-36), porque obedecer a Dios es verdadera libertad. En esta historia, Ezequiel, atado en su casa, sin poder hablar, era la persona que estaba verdaderamente libre. Estaba atado, pero libre para hacer la voluntad de Dios.