“Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti” (Salmo 39:7).
Nos quedó en el tintero el testimonio de otra persona que sirve de ejemplo de lo que es una alabadora de Dios, es decir, una persona que alaba a Dios con la boca, le alaba en el corazón, y cada aspecto de su vida alaba a Dios, tanto su vida en la iglesia, como en el trabajo y en la casa.
Una persona que pasa la vida alabando a Dios es una persona altamente positiva. Espera cosas grandes y buenas de parte de Dios. Afronta el futuro con esperanza. Cuando pregunta al Señor: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré?”, no lo hace en tono irónico, o sarcástico, o con resignación, sino con ilusión, anticipando una respuesta alentadora, cariñosa y sorprendente de parte de Dios. Si dijera que tenemos a una amiga que siempre está alabando a Dios, ¡en seguida todo el mundo que nos conoce sabría quién es con solo esta pista!, porque estas personas no abundan. ¿Tú conoces a alguien así, a una persona que no importa lo que le pasa, en días de obvia bendición o en días de prueba fuerte, siempre está alabando a Dios? Si dices que sí, tienes un tesoro.
Pues, esta amiga a quien nos referimos estaba llegando a una encrucijada en la vida. Se estaba terminando una etapa y estaba a punto de empezar otra. Esto era obvio, pero no era nada obvio qué le esperaba. Por lógica humana parecía que le esperaba tiempos aún más difíciles. No tenía garantías humanas. En el plano humano nada estaba seguro. Había hecho su parte en proveer para el futuro, pero quedaban grandes interrogantes. Otra persona habría hecho la pregunta, “Ahora, Señor, ¿qué esperaré?”, con mucho temor. Tendría dudas acerca de dónde vendría su provisión, quién le cuidaría, quién estaría a su lado para enfrentar el futuro con ella. Pero ella no. Su esperanza estaba puesta en el Señor, como dice el versículo: “Mi esperanza está en ti”. El caso es que ella tenía este versículo escrito en una cartulina y puesto en la cocina donde lo podría ver como recuerdo constante que Dios era el que deparaba su futuro y que su esperanza estaba puesta netamente en Él. También servía como recuerdo para el Señor de que ella estaba esperando en Él. Al Señor le gratifica saber que alguien ha puesto su confianza en Él y que no espera nada de nadie más, sino solamente de Él. Además, esta actitud alaba al Señor, porque muestra que Él es un Dios digno de nuestra confianza.
Pues, esta historia tuvo un desenlace más que sorprendente. Milagroso, uno puede decir. ¡Lo que el Señor tuvo esperándola a ella nadie habría sospechado en mil años! Superaba cualquier cosa que ella o nadie más podría haber soñado. Dios tiene salidas inesperadas. Él es alabado por nuestra esperanza en Él, y nadie que espera en Él será defraudado. Él solucionó todos sus incógnitos de golpe con un regalo precioso, pero dejaremos los pormenores para que ella los cuente. ¡Te lo explicará cuando la veas en el Cielo, y tú también alabarás al Señor! El caso es que está muy feliz. Y va por la vida alabando a Dios por la salida tan inesperada y tan hermosa que tuvo esperándola. Pero no es más feliz que antes, porque siempre estaba feliz en el Señor. Antes de tener esta respuesta tan hermosa estaba gozosa en el Señor y después está gozosa en el Señor. No ha cambiado nada. Su gozo siempre estaba en Él, al igual que su esperanza. Y si hubiese tenido cualquier otra respuesta, estaría igualmente gozosa, porque así es ella.
Una persona que siempre alaba a Dios en todas las áreas de su vida es alguien que le conoce, alguien que confía en Él, alguien que hace todo para su gloria, que le va cantando alabanzas en su corazón y con su boca en todos sus ministerios y en el cumplimiento de su deber. Va con el Señor, y el Señor con él, y alaba al Señor sin proponérselo, porque le sale automáticamente de un corazón lleno de Él.
“La alabanza de Jehová proclamará mi boca; y todos bendigan su santo nombre eternamente y para siempre” (Salmo 145:21).