“Él participó de las mismas (de carne y sangre), para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos aquellos que, por temor de la muerte, están sujetos a vivir en esclavitud” (Heb. 2:14, 15, BTX).
Algunos viven en temor al diablo y piensan que sus enemigos, por medio de la hechicería, o por encantos o maldiciones pueden hacerles mucho daño. ¿Cuánto poder tiene el diablo sobre nosotros? Vamos a buscar respuestas en el libro de Job.
Cuando el diablo propuso destruir a Job, no pudo hacer nada sin el permiso de Dios. Dios estaba protegiendo a Job todo el rato, pero permitió que fuese tentado, porque confiaba en que Job podía superar las pruebas. Satanás dijo a Dios: “¿No has puesto vallado en torno a él (a Job) y en torno a su casa y en torno a todo cuanto posee?” (Job 1:10). ¡Estamos bien protegidos! Satanás no tiene acceso a nosotros a no ser que Dios lo permita.
Después de la primera tanda de pruebas, Job reaccionó diciendo: “¡Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá! ¡Jehová dio y Jehová quitó! ¡Bendito sea el nombre de Jehová!” (Job 1:21). Todo cuanto tenemos ha venido del Señor y Él tiene el derecho de quitárnoslo cuando Él quiere. No tenemos nada nuestro. Cuando Dios quita algo es suyo para quitar. Con esta actitud vencemos a Satanás quien quiere que pensamos que Dios nos ha robado de algo nuestro.
“Y el Acusador salió de la presencia de Jehová e hirió a Job con una úlcera maligna desde la planta del pie hasta la coronilla… Entonces le dijo su mujer: ¿Aun te aferras a tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!” (Job 2:7, 9). El diablo consiguió permiso de Dios para intensificar la prueba. Esta versión de la Biblia traduce su nombre como “el Acusador”, y esto es lo que hace todo el tiempo en el libro de Job. Ahora utiliza a la mujer como su portavoz. ¡Ella reconoce que su marido es un hombre íntegro! ¡Los amigos de Job lo acusaban, pero la esposa no! ¡Ella reconoce que esta prueba ha venido de parte de Dios; no lo atribuye al diablo! Quiere que su marido se dé por vencido en la prueba y que se deje morir, que no luche para mantener la vida en estas circunstancias tan malas. Si seguimos su consejo, nos hundimos en las pruebas.
Pero Job no le hace caso: “Él respondió: Como suelen hablar las insensatas has hablado tú. Si recibimos de Dios el bien, ¿no hemos de aceptar también el mal?” (Job 2:9, 10). Job reconoce que todo procede de la mano de Dios. Él diablo no decide nuestra suerte. Dios es el que determina lo que nos va a pasar. Puede ser bueno o malo, según nuestro punto de vista. Job dice que “recibimos” el bien de mano de Dios y “aceptamos” el mal. Esto es muy profundo. Dios da el bien y permite el mal.
Aceptamos las cosas malas que nos pasan como algo que Dios ha permitido. Si las rechazamos, y pataleamos, el diablo gana. O si nos culpamos a nosotros mismos, o pensamos que el diablo controla nuestra vida, o que estamos en el poder de una persona que nos ha echado un encanto y no hay nada que hacer, estamos bajo el engaño del maligno. El diablo nos acusa y nos engaña. Estas son sus tácticas. Solo salimos de su engaño cuando creemos lo que dice la Biblia. Y aquí en Job lo tenemos bien claro que Dios es soberano, el diablo es una criatura suya, bajo su autoridad, y no nos puede tocar a no ser que encaje dentro de la voluntad de Dios. Obrará todo para nuestro bien (Rom. 8:28, 29). Entonces, y solo entonces, lo permite. El versículo que encabeza nuestra meditación es clarísima. Jesús nos ha librado del temor a la muerte con la resurrección. Incluso, si Dios consiente en que el enemigo nos quite la vida, como en el caso de su Hijo, no es definitivo, porque ¡resucitaremos! La vida y la muerte están en manos de un Ser que nos ama. ¡Alabado sea Dios!