“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ec. 4:9-12).
Este texto muchas veces se ha leído en bodas cristianas, y con toda razón. Habla de las ventajas del matrimonio, y termina con la fuerza del matrimonio unido en Dios. Todo el tiempo está hablando de dos que forman está unión: “Mejores son dos que uno”, etc. Tendría que concluir diciendo que “cordón de dos dobleces no se rompe pronto”, pero dice que de tres, porque el Tercero, el que los ha unido, es Dios. Vamos por partes.
“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo”. Hay colaboración. Los dos están trabajando juntos y pueden hacer más que el doble de lo que hace uno. Los beneficios se multiplican. Se ayudan mutuamente. Lo que pueden realizar dos personas unidas es muy grande, y los dos comparten la recompensa. En el matrimonio los dos trabajan a uno. El marido no tiene su propia agenda, prescindiendo de la mujer, ni viceversa. El día de la boda se comprometen a tener una agenda en común, para el beneficio de los dos, y para el adelanto del reino de Dios, quien es el que da la visión de lo que los dos pueden realizar juntos si colaboran el uno con el otro. En el día final recibirán la recompensa de su Amo y Señor.
“Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante”. Se da por sentado que va a haber caídas en la vida. Si uno se queda postrado en el desierto, el otro viene con un botijo de agua fresca y le levanta, o busca ayuda para levantarle entre todos. Los dos tienen el propósito de ayudar al otro a llegar a la Tierra Prometido intactos. Si hace falta, le reprende, le anima, le ayuda a fijar la mirada en Jesús, el que ha ido delante marcando el camino. Cada uno se mantiene en forma espiritualmente, y esto es de ayuda y estímulo para el otro. Cuando uno peca, el otro le confronta y le ayuda a conseguir una restauración. Si no responde, ora por él y hace todo lo que está en su poder para ayudarle. Dios le ha dado el uno para el otro para ir levantándose mutuamente hasta que Dios llame uno de ellos a Casa.
“También si dos durmieren untos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?”. Aquí tenemos el lecho de matrimonio como lugar de ayuda mutua también. ¡Normalmente está contemplado con otras finalidades! Puede ser que el matrimonio es ya mayor y tiene frio en los huesos. Aun en la cama se ayudan el uno al otro.
“Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán”. Estamos en una guerra espiritual, y cada cónyuge tiene que resistir lo que el enemigo pretende hacer en la vida del otro para destruirle. Tiene que ayudarle con sus faltas, sus fallos, sus problemas de carácter, y en todos los embistes del enemigo. Están para proteger el uno al otro, para alertarle a los peligros, y para enfrentar unidos los ataques del enemigo.
“Cordón de tres dobleces no se rompe pronto”. El marido está atado a la mujer y la mujer al marido, de por vida (1 Cor. 7:39). Si uno de los dos rompe su parte, todavía quedan dos lazos, el compromiso del otro y lazo indisoluble de Dios. El de Dios nunca se rompe. Si el esposo o la esposa abandona la relación, todavía queda Su parte. La infidelidad del marido no justifica la infidelidad de la mujer, ni la de la mujer da pie al hombre para ser infiel y dar por terminado la relación. Siempre está la paciencia de los santos. Permanece para levantar y calentar al cónyuge en su vejez. Y está Dios para hacer posible una restauración. Él es el cimiento de la relación y el que puede mantenerla para que se sigan ayudando el uno al otro hasta el final. Así sea.