¿CÓMO SE PUEDE AIRARSE SIN PECAR?

“Airaos, pero no pequéis” (Ef. 4:26).

Hay ciertas cosas que producen ira en nosotros. Cuando un hermano es tozudo y no escucha a razones, esto produce ira. Cuando vemos abuso de poder, cuando alguien es maltratado en una iglesia, esto produce ira. Hoy día se habla de “acoso espiritual”. Si un pastor maltrata a un miembro de su congregación, esto produce ira en la víctima y en los que lo ven. Cuando una persona que ostenta poder lo usa injustamente para hacer lo que quiere y exige que otros hagan lo que dice, porque ella es quien manda, esto produce ira. Cuando insulta, rebaja y humilla a otros, esto produce ira. Ira es lo que Dios siente frente al mal: “Porque la ira de Dios es revelada desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Rom. 1:18). No debemos sentirnos culpables al sentir ira. Es una reacción normal. No es pecado.

Cuando los padres son injustos con sus hijos, esto produce ira. De hecho, la Biblia lo dice: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos” (Ef. 6:4). Si un hijo es provocado a ira por sus padres, ¿esto es pecado de parte del hijo?; ¿de parte del padre? Es pecado de parte de los padres, sí, porque están incumpliendo el mandato del Señor, pero no lo es de parte del hijo, a no ser que reaccione mal, pero es muy fácil que se enfade y caiga en el pecado de no respetar a los padres. Por eso, Dios manda a los padres a no hacer pecar a sus hijos.

¿Cómo debemos reaccionar cuando estamos delante del pecado de otra persona? ¿Cuáles reacciones son pecaminosas y cuáles no lo son? Cuando estamos en la presencia del mal, cada uno tiene su forma de reaccionar, según su personalidad. Algunos se ponen nerviosos, otros se entristecen, otros se enfaden, otros lo ignoran, otros se deprimen, otros hacen ver que no pasa nada, y otros justifican a la persona que está haciendo lo malo. Debemos conocernos lo suficiente bien para reconocer lo que nos está pasando por dentro y cómo canalizar estos sentimientos para no pecar.

Hemos pecado si rechazamos a la persona que está haciendo algo malo, si lo odiamos, si decimos algo feo, si tenemos ganas de contar sus fallos a otros y criticarle, si nos sentimos superiores, si devolvemos mal por mal; todas estas son reacciones pecaminosas. Su pecado nos ha llevado a pecar. Reaccionamos bien si vemos lo que está pasando y lo ponemos el nombre que le corresponde: “pecado”, y si dejamos que Dios se encargue de obrar justicia: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20). Si yo actúo bajo el control de la ira, no obro justicia. “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer…” (Rom. 12:19, 20). La reacción correcta frente al mal en otro es una ira santa que nos lleva a tener temor a Dios, reconociendo que también somos propensos a pecar. Pedimos que Dios lleve al otro al arrepentimiento, y que Él se encargue a obrar justicia en la situación. Frente a esta tentación tan fuerte a reaccionar en nuestra carne, pedimos que Dios nos ayude a no pecar.