ENTRISTECER AL ESPÍRITU SANTO (2)

“Ninguna palaba dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los que están oyendo, y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (4:29, 30).

Ayer estábamos diciendo que si no cuidamos estas instrucciones, podemos entristecer al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es personal. Tiene sentimientos. Cuando tu hijo hace trastadas o es desleal, esto te entristece. Cuando nosotros, como hijos de Dios, desobedecemos sus mandatos, el Espíritu Santo se entristece, porque Él es quien lleva a cabo nuestra santificación. Él está capacitándonos a vivir en justicia y verdad, a hablar la verdad, a airearnos sin pecar, a dar con generosidad, y a hablar para edificar, y como consecuencia, Él es el más directamente ofendido si actuamos de otra manera. Es por medio de Él como llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. Esto debe causarnos temor y temblor en nuestras relaciones en la iglesia.

El tema de “entristecer al Espíritu Santo de nuestra redención” nos lleva a Is. 63: “Él se convirtió en el Salvador de ellos, y fue afligido con todas sus aflicciones. El Ángel de su presencia los salvó, y en su amor y en su ternura, Él mismo los redimió… pero ellos se rebelaron y contristaron su Espíritu Santo, por lo que se tornó su enemigo y guerreó contra ellos” (Is. 63:9-10). Isaías está haciendo memoria de la experiencia de Israel en el éxodo. Dios intervino para redimirlos de Egipto; los cuidó en el desierto y los hizo un pueblo, un solo cuerpo. Dios fue fiel, pero ellos fueron rebeldes y entristecieron su Espíritu Santo. Por lo tanto, Dios se convirtió en el enemigo de su pueblo. Tenemos que tener cuidado para no repetir la misma situación en la iglesia. El Espíritu Santo es la garantía de nuestra redención final, pues no somos completamente redimidos hasta entonces. Esto tiene su paralelo con los judíos en el éxodo. Fueron redimidos de Egipto, pero fueron rebeldes y Dios tuvo que oponerse a ellos y no entraron en su herencia final. ¡Cuidado, porque el Espíritu Santo es la garantía de la redención final! Puede ser entristecido si no hablamos la verdad, si no manejamos correctamente la ira, ni compartimos nuestros bienes materiales, ni hablamos para edificación de los que nos oyen, ni perdonamos, ni trabajamos para mantener la unidad. Corre el peligro de entristecer el Espíritu Santo con el cual fuimos sellados para el día de nuestra redención (Ver 1 Cor. 10:1-12).

Por eso pedimos: “Examíname, oh Señor, y conoce mi corazón, pruébame, y conoce mis pensamientos, y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139: 23, 24). Señor, ¿mi participación en la iglesia es para edificación? ¿Hay murmuración? ¿Hay barreras con los hermanos, o fluye la comunión? ¿Me reconcilio con mis hermanos para que la iglesia sea sanada, o sigo con mi orgullo? Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Vemos los pecados de la carne, pero los del espíritu son más perniciosos y más peligrosos. Hay mucha porquería en nosotros que necesita ser limpiado. Que el Espíritu Santo use esta porción de las Escrituras para sanarnos.

Oremos: “Oh Señor, quita nuestras máscaras. Revélanos si hay camino de perversidad en nosotros; Señor, enséñame si vivo según los patrones del viejo hombre, si contribuyo a la edificación de la iglesia, o la división del ella. Obra sanidad en nosotros y arrepentimiento en mí. Obra restauración en nuestras vidas, te pedimos, para la unidad de la iglesia. Amén.