“¡Abre tu boca y come lo que te doy! Y miré, y he aquí una mano que se extendía hacia mí, y en ella había un rollo escrito” (Ez. 2: 9).
Tenemos la visión, el llamado, y luego viene el mandato a comer la Palabra: “Me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete ese rollo, y ve y habla a la casa de Israel” (3:1). Si has visto la gloria de Dios, has oído su llamada al pueblo rebelde que te rodea, el próximo paso es el de comer el rollo, de llenarte de la Palabra de Dios para luego abrir tu boca y comunicarla a tu pueblo rebelde. ¡Que el Espíritu Santo te fortalezca para obedecer este mandato!
Los judíos en Babilonia habían sido castigados, habían visto la certeza de la profecía de Jeremías y la mentira de la profecía de los falsos profetas, ¡y todavía eran rebeldes!: “Se han rebelado contra Mí hasta este mismo día” (2:3). Ya se sabía desde el principio que iba haber poca respuesta a la predicación del profeta, pero lo importante es su obediencia a Dios, no los resultados. “Así dice Adonay Jehová, te escuchen o no te escuchen, pues son casa rebelde, y tienen que reconocer que un profeta ha estado en medio de ellos” (2:4, 5). El ministerio de Ezequiel era importante porque hacía constar que no tendrían excusa en el día de juicio, porque Dios les había enviado su profeta. No podrían faltar a Dios y decir que no fueron avisados.
Nosotros también podríamos desanimarnos si vemos poco fruto de nuestro ministerio. Nadie nos hace caso. Solo responden unos pocos. Pero esto está fuera de nuestro control. Nuestra responsabilidad es la de predicar la palabra que Dios nos ha dado para transmitirla: “Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que Yo te hablo. No seas rebelde como la casa rebelde” (2:8). Es tan fácil rebelarnos contra Dios cuando nos pone en una iglesia que no quiere escuchar, o en una familia que ha cerrado su corazón a Dios, y cuando los hijos son rebeldes en cuanto a las cosas espirituales y rehúsan obedecer la Palabra de Dios, o cuando sales a la calle para evangelizar y nadie muestra interés. Dices: “Señor, ¿por qué me ha puesto aquí?” O: “¿Por qué debo continuar hablando si no escuchan?” O te culpas a ti mismo y te hundes. No rebeles en contra del lugar donde Dios te ha puesto. Sigue hablando siempre que te manda hablar. Las palabras que te ha dado son Espíritu y Vida (Juan 6:63). Y llevarán a cabo el propósito por el cual Dios las ha enviado. O bien conducirán a la gente a Cristo, o bien la confirmará en su incredulidad, pero sabrán en el día final que un profeta ha estado entre ellos, y no tendrán escusa cuando se presente delante de Dios en aquel Día.
La palabra de Dios para ti es muy fuerte: no te rebeles en contra de tu ministerio. Sé fiel. Los resultados que Dios ha determinado de antemano seguirán. Están fuera de tu control. Pero la fidelidad depende de ti. No te rebeles contra Dios debido a donde Él te ha puesto. Has visto la visión. Obedécela. Come la palabra. Y habla lo que Dios ha puesto en tu boca para compartirlo con otros.