EL PAN DE LA PRESENCIA

“Y tomarás flor de harina, y cocerás de ella doce tortas; cada torta será de dos décimas de efa. Y las pondrás en dos hileras, seis en cada hilera, sobre la mesa limpia delante de Jehová. Pondrás también sobre cada hilera incienso puro, y será para el pan como perfume, ofrenda encendida a Jehová” (Lev. 24:5-7).

            En el lugar santo del tabernáculo, delante de la lámpara estaba la mesa de oro en la que se ponía “el pan de la presencia”, doce tortas, representando las doce tribus de Israel. Literalmente se llamaba “el pan de la cara”, es decir, la cara de Dios, o su presencia. Dios estaba allí presente en la provisión para las necesidades de su pueblo. Es como se dijésemos que la presencia de Dios está allí con tu nómina significando que es Él quien te ha provisto de trabajo y cuando recibes tu sueldo, su presencia lo acompaña.

            Dios es nuestro proveedor y viene juntamente con la provisión. En ella ves su amor y cuidado de ti. Procede de su mano, y revela que nuestras necesidades están delante de su cara. La provisión conlleva su presencia. Jesús dijo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, que vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas: pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mat. 6:31, 32). Se colocaba los panes en dos filas, y el incienso en medio, “una ofrenda encendida para el Señor” (v. 7). El humo del incienso subía al cielo llevando las necesidades del Israel delante de Dios. Dios sabe lo que necesitamos y Él lo provee. 

            Jesús es la luz del mundo y el pan de la vida. Aplicó a sí mismo dos símbolos que claramente representaban a Dios. “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). “Jesús le dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre” (Juan 6:35). Para que nuestra luz brille como discípulos de Cristo, tenemos que mantenernos en contacto con Él cada día, y cada semana, de forma regular y de forma especial, como disciplinas espirituales. Hemos de alimentarnos del pan de vida para poder “darles de comer” a los demás como Jesús mandó hacer a sus discípulos y para ello, tenemos que estar bien alimentados nosotros.   

            Como dijo el profeta: “A todos los sedientos; Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en los que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Is. 55:1-3). Esta es la invitación, y Jesús mismo es la provisión.