LA PERSONALIDAD DE UN LÍDER (2)

“Nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Sato y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Tes. 1: 5).

Amor:

            Pablo fue muy cariñoso con la iglesia de Tesalónica, siempre deseoso de verles: “Nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro” (1 Tes. 2:17).

Fuerza:

            Pablo mostró tener el corazón de una madre y la autoridad de un padre cariñoso. “Sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (2:11, 12). Les consuela con ternura y les exhorta con firmeza, las dos cosas. Todo consuelo sin exhortación no produce hijos que se comportan como es digno de Dios. La exhortación incluye palabras de ánimo para conseguir la respuesta deseada. Pablo no necesita ponerse fuerte con los tesalonicenses,  pero en el caso de los corintios, sí. En su trato con ellos se ve su fuerza.

            Cuando uno no responde, hay que usar fuerza: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que hay entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desordenes…” (2 Cor. 12:20). En tal caso Pablo promete actuar con contundencia: “Si voy otra vez, no seré indulgente” (13:2). El poder de Cristo y su autoridad van a acompañar al apóstol: “Viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (13:4). A continuación dice: “Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción” (13:10). Está muy claro. Hay que usar la autoridad concedida por el Señor por amor a la gente que uno está cuidando. Esta autoridad es para su edificación, no para su destrucción. Demasiada autoridad, o fuerza, destruye. Demasiado poco, también destruye, porque un hijo consentido está destruido. No sirve.

Todos conocemos a pastores demasiado blandos. Son cariñosos, pero no usan la autoridad que les ha sido concedido y la congregación cae en pecados vergonzosos. Se pitorrean de él. Se desmadran. Hacen lo que la carne les pide. En cambio, los pastores demasiado fuertes rompen el espíritu de la gente. Se anulan y obedecen, o se rebelan y se van. En ninguno de los casos se benefician. Algunos salen con taras que cuestan años de curar. Están llenos de heridas y resentimiento y el nombre de la iglesia, y del Señor, por extensión, sufre.

¿Cuánta autoridad tengo que usar? Justa la cantidad necesaria para la edificación de la grey, mezclado con suficiente amor para que sepan que son muy queridos. Así es cómo prosperan.