LA PERSONALIDAD DE UN LÍDER (1)

“Nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Sato y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Tes. 1: 5).

            El líder necesita tener la combinación correcta de amor y fuerza, tal como tenemos modelado en el apóstol Pablo en sus tratos con las iglesias. La fuerza sin suficiente amor provoca rebeldía, y el amor sin suficiente fuerza conduce a que la gente se rebele, pero de otra manera. Se ríe de la autoridad y hace lo que quiere, mientras con demasiada dureza, odia la autoridad y se escapa de ella. En el primer caso, el líder es un mandón y la gente tiene resentimiento. No quiere ser mandada. Quiere ser comprendida, apreciada, valorada y tratada con simpatía y delicadeza. No quieren que nadie les diga lo que tienen que creer o lo que tienen que hacer, sino ser ayudados a verlo por ellos mismos, y guiados a tomar la decisión correcta.

            Moisés fue un líder fortísimo, sin embargo fue el hombre más manso de toda la tierra. Solo una vez perdió la paciencia con su gente tozuda y rebelde, y Dios le castigó severamente por ello. Si no lo hubiese hecho, Dios estaría dando la vista buena a un líder que se enfada con su gente y pierde el control, y toma el lugar de Dios, o sea, actúa como si fuese Dios, y esto no puede ser. Un líder nunca puede perder la paciencia y tomar el papel de Dios. Siempre está bajo la autoridad de Dios, nunca usurpándola.

              El problema que tiene que enfrentar un líder es el carácter de la gente a la que tiene que liderar. Los israelitas eran tozudos y rebeldes, orgullosos y de dura cerviz. Y la gente de hoy es igual.

              ¿Cómo lideró el apóstol Pablo? Vamos a mirarlo en su trato con la iglesia de Tesalónica. Ganó su respeto. No estaba para conseguir su dinero: “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; como trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Tes. 2:9). No les daba coba para ponerles de su parte: “Hablamos, no para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (2:4). No les utilizó para alimentar su propio ego, y hacerse un nombre para sí mismo: “Ni buscamos gloria de los hombres, ni de vosotros, ni de otros” (2:6).

Amor:

            En lugar de falsas motivaciones, Pablo mostró tener verdadero amor. “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (2: 7, 8). Pablo fue muy cariñoso en su trato con esta iglesia y ellos respondieron bien. (Después veremos su fuerza). ¡Los trató como si fuese su madre! Habría dado la vida por ellos. Estaba muy orgulloso de sus hijos: “¿Porque cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (2:19, 20). Pablo anticipa el día cuando se vaya a poner delante del Señor Jesús en su venida, rodeado de sus hijos de Tesalónica, todo orgulloso de ellos. 

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