“Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8: ¿).
Lo siguiente es una obra de mimo que ilustra su obra en transformarnos:
Narrador: “Esto es lo que el Espíritu Santo no hace”:
Una persona hace gestos que nos dicen que se acaba de convertir. Entra otra representando el Espíritu Santo y le pega un tiro para tomar el control de él.
Narrador: “Esto es lo que el Espíritu Santo sí hace:”
El nuevo creyente está dando expresión a su vieja naturaleza enfadado, golpeando el aire con sus puños, con cara furiosa, y con otros gestos de enfado. El Espíritu Santo le da un toque en el hombro, señala que no con el dedo, y le muestra cómo tiene que controlarse. El nuevo creyente le mira, lo asimila, e imita la conducta que acaba de ver. Se relaja, se tranquiliza, y se controla.
Entra otra persona. El nuevo creyente le mira de arriba abajo, pone una expresión de rechazo, y le gira la cara. La otra persona sale triste. El Espíritu Santo le da un toque en el hombro, le señala “no” con el dedo, y le muestra otra conducta. Vuelve a entrar la otra persona, el Espíritu Santo le sonríe, le saluda, y hace gestos de conversar con él. El nuevo creyente imita esta conducta según el Espíritu le ha enseñado y el otro se va contento.
El nuevo creyente se pone a cantar, llamando la atención a sí mismo, haciendo los gestos que hacen los cantantes de la televisión. El Espíritu le da un toque, señala que no con el dedo, y le muestra como se canta para la gloria de Dios, El creyente le imita.
El nuevo creyente se pone a leer la Biblia, pero se aburre, se distrae con el móvil, pone la Biblia a un lado, y se queda haciendo cosas con el móvil. El Espíritu le da un toque, le señala que no, y le enseña a leer la Biblia y concentrarse.
Última escena: Finalmente los dos están en unísono. Están sincronizados. Hacen los mismos gestos a la vez. Juntos cogen la Biblia, meditan, oran, alaban a Dios, ponen caras de paz y felicidad, y salen caminando juntos, tomando los pasos en unísono. Final de la obra.
La idea que la audiencia debe captar es que el Espíritu Santo no toma posesión de nuestros cuerpos, sino que nos enseña. Nosotros hemos de aprender a ser sensibles, hacerle caso, aprender de Él y corregir nuestra conducta: “Nos es dado… espíritu de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Uno de los frutos del Espíritu Santo es el dominio propio (Gal. 5:23). Hemos de colaborar con el Espíritu Santo en la transformación de nuestra conducta para que seamos como Cristo en nuestra manera de comportarnos. Al final lo que conseguiremos es que andemos en el Espíritu: “No andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:4). El creyente maduro anda en unísono, conforme al Espíritu.