“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo; para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lucas 10:25).
Lectura: Lucas 10:29, 36, 37.
Aquí tenemos una historia bien conocida que termina muy diferente de lo que esperábamos. El intérprete de la ley le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Nosotros tenemos una respuesta preparada para él, pero no es la respuesta que le dio Jesús. Este hombre, que ha dedicado su vida al estudio de las Escrituras, pregunta a Jesús como se puede salvar, y Jesús le pregunta qué es lo que opina él de todos sus estudios. El intérprete contesta con la respuesta: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” y Jesús le dice que ha contestado bien. Esto nos sorprende.
Entonces el hombre le pregunta a Jesús “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús contesta a esta segunda pregunta contándole la historia del buen samaritano, y le pregunta al hombre: “¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (10:36), y el intérprete de la ley contesta bien: que fue el que mostró misericordia al mal herido. Y ahora viene la respuesta de Jesús a su pregunta inicial: “Ve, y haz tú lo mismo” (10:37). O sea, ¿para tener la vida eterna tenemos que hacer bien a los necesitados? ¿Son los buenos samaritanos los que heredan la vida eterna? ¿Esto es lo que creemos? Ciertamente es lo que Jesús ha hecho por nosotros. Fuimos mal heridos, tendidos en el camino de la vida, muriéndonos, y Él gastó todo cuanto tenía para restaurarnos la salud mostrando misericordia y compasión. ¿Deberíamos ser como Él para salvarnos? Si nos pudiésemos salvar por hacer algo, esto es lo que tendríamos que hacer. El primero que se dio cuenta de que esto no era posible era el intérprete de la ley. Él sabía la ley, pero no la practicaba. En aquel momento él supo con certeza que no se iba a salvar. No había hecho lo necesario para heredar la vida eterna. Él mismo descubrió la respuesta a su pregunta por medio de las dos preguntas que Jesús le hizo. Brillante, de parte de Jesús, pero ¿cómo aplicamos esto a nosotros mismos?
Primeramente, hemos de aprender la técnica de Jesús, de contestar preguntas con preguntas que llevan a la persona a descubrir por sí misma la respuesta a lo que realmente tiene que saber. Normalmente contestamos este tipo de pregunta supliendo la respuesta nosotros mismos, pero raras veces convencemos a nadie. Este intérprete se convenció a sí mismo.
En segundo lugar, la salvación no viene por cumplir la ley, viene por descubrir que no cumplimos la ley. En tercer lugar, aprendemos que hasta que la persona no se dé cuenta de que no puede salvarse a sí misma, no estará preparada para escuchar el Evangelio. Como esta persona hizo la pregunta a Jesús para probarlo, no estaba en condiciones de aprender de Él. Si lo estuvo después de oír su respuesta, lo sabremos cuando nosotros mismos heredemos la vida eterna.
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