¿CÓMO ES DIOS?

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no ha mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).
 
Lectura: Santiago 1:16-18.
 
            Dios no cambia. Es luz y siempre es luz. No hay sombras en su personalidad. No dice una cosa un día y lo contrario el día siguiente. Es constante. Inmovible. Firme. Sólido. No fluctúa como las ondas del mar. En Él no hay dudas ni cambios de opinión.
 
            Es distinto que el creyente que hoy piensa una cosa y mañana otra; hoy tiene fe y mañana duda. En un momento cree que el Señor contestará sus oraciones, y un poco más adelante no está tan seguro. Su ánimo fluctúa. Pide, cree, y luego duda. Santiago nos está instruyendo a pedir “con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (v. 6-8). El motivo por el que no vemos respuesta a algunas oraciones es la inconstancia, o, en otras palabras, la falta de una fe perseverante.
 
            Ser inconstantes es no ser como nuestro Padre que está en los cielos, el inmutable Dios que no cambia. Somos sus hijos, nacidos de nuevo por la fe en Cristo: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (v.18). Hemos nacido a su familia para ser nuevas criaturas, parecidas a nuestro Padre en nuestra personalidad, y, un aspecto de esta nueva personalidad, (o la misma personalidad básica, pero refinada y perfeccionada), es la constancia, como la de nuestro Padre. Es ser hijos de luz, en los cuales “no hay mudanza, ni sombra de variación”.
 
            Tenemos un Padre en los cielos que nos manda buenas dádivas, dones perfectos, que descienden de lo alto, de su amorosa presencia, preparados para nuestro bien. Es espléndido, generoso, siempre bueno, siempre dando, siempre enviando buenos regalos a sus hijos desde su morada en el cielo hasta la nuestra en la tierra. Nunca ha mandado nada malo, porque en Él no hay sombras, solo luz, nunca doblez. Nunca, desde la creación del hombre, hasta el día de hoy, ha habido variación en sus amorosas intenciones para con sus hijos.
 
            Hoy mismo nos abrimos para recibir sus buenos regalos, y la oración que sale de nuestros labios es: “Padre, quiero ser como tú, un hijo de luz, sin sombras de variación, un dador de buenos regalos a mis semejantes. Amén”. 

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