LO QUE NO SABEMOS

 

“Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo,” (Lucas 3:15).
 
Lectura: Lucas 3:15-18.
 
      Necesitamos tener muy claro quiénes somos nosotros y quien es Jesús, lo que nosotros podemos hacer, y lo que solo Él puede hacer. También necesitamos tener claro quiénes somos referentes a Él. Juan el Bautista dominaba toda esta información. Sabía que él no era el Cristo sino el heraldo del Cristo, que su cometido era preparar el camino del Señor llevando a otros a arrepentirse para que estuviesen preparados para recibirlo. La primera parte de nuestra respuesta al evangelio es creer en Jesús, la segunda parte es el arrepentimiento y la tercera parte es recibir al Espíritu Santo. Juan solo pudo bautizar a la gente para arrepentimiento, un acto exterior símbolo del lavamiento de nuestro pecado que nos proporciona un corazón limpio para creer en Jesús como la expiación por nuestro pecado y recibirlo como nuestro Salvador, y luego recibir el Espíritu Santo.
 
“Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (3:17). Esto que dijo Juan a continuación fue de acuerdo con su entendimiento limitado de la cronología de las cosas futuras profetizadas en las Escrituras. Saber lo que está profetizado, pero equivocarse en cuanto al orden en que estos eventos van a ocurrir le creó confusión y dudas acerca de Jesús. Aquí podríamos aprender una lección muy importante para evitarnos confusión espiritual. Sabemos menos de lo que pensamos. Juan creía que Jesús había venido para juzgar al mundo, para llevar algunos al Cielo y mandar a otros al infierno. Pensaba que el arrepentimiento que él predicaba prepararía a la gente para el cielo, pero no sabía que fuese necesario que Jesús muriese para que Dios pudiese perdonar a los que se habían arrepentido. Juan todavía estaba en el Antiguo Testamento. Creía que el perdón de pecados venía con el arrepentimiento más los sacrificios realizados en el templo. Tenía razón al enseñar que el arrepentimiento conduce a una transformación de vida, pero no sabía de la necesidad de la muerte de Jesús, del arrepentimiento y la fe y el recibir el Espíritu Santo para ser salvos. Ni sabía que Jesús tenía que volver al cielo y venir una segunda vez para separar el trigo de la cizaña y quemar la cizaña con fuego que nunca se apagará. Tampoco sabía que antes de volver el evangelio tenía que ser predicado a todo el mundo para incorporar a gentiles en el Reino de Dios.
 
No fue necesario que supiese todas estas cosas para cumplir con su ministerio. No lo es para nosotros tampoco, pero debemos tener cuidado con juzgar lo que hace Dios o deja de hacer en base a nuestra información limitada, como hizo Juan cuando estaba en la cárcel (Mat. 11:3). Jesús le dijo a Juan: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mat. 11:6). Juan terminó su trabajo en este mundo y Dios se lo llevó a Sí mismo, y Jesús dijo que nunca ha habido profeta mayor que Juan el Bautista. 

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