“Así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, yo se lo entregaré” (Ez. 21:26, 27).
Lectura: Lucas 1:30-33.
Este capítulo de Ezequiel está dedicado a la destrucción de Jerusalén y profetiza el final del reinado de los reyes de Judá: “Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad” (21:25). Ya no habrá más reyes en Israel. De ahora en adelante Israel siempre será gobernado por un poder extranjero. Pero en medio de este triste anuncio encontramos una maravillosa profecía de consuelo y esperanza. Tal es el Señor. En medio de la pena da esperanza. No ha renunciado a su promesa a David. La corona será quitada de la cabeza de los reyes de Judá, de la dinastía de David, hasta que venga el verdadero Hijo de David y legítimo heredero de la corona: “hasta que venga aquel cuyo es el derecho, yo se lo entregaré”. Dios mismo entregará la corona, el trono y el reino a quién realmente corresponde, al Mesías de Israel, a su amado Hijo.
Y así pasó. No hubo más reyes en Israel después de Sedequías. Fue el último hasta que vino Jesús: “Entonces el ángel le dijo: María, no temas… concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:30- 33). Notemos que es Dios mismo el que le dará el trono, tal como dice la profecía.
Y notemos una cosa más: “sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto”. Jesús se humilló más que ninguna persona que jamás haya vivido; descendió de lo más alto para ocupar el lugar más bajo, y por lo tanto Dios lo ha exaltado a lo sumo: “Le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesús es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Fil 2:9-11).
La genealogía de Jesús nos da esta misma información. “De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce” (Mateo 1:17). Vemos que la genealogía de Jesús está dividida en cuatro grupos. El primer grupo va de Abraham hasta Isaí: ninguno son reyes. El segundo grupo va desde David hasta Jeconías y sus hermanos (Sedequías): todos son reyes. El tercer grupo va desde Jeconías hasta José: ninguno son reyes. Y el cuarto grupo empieza con Jesús. El patrón es este: no reyes; reyes; no reyes; y el siguiente, ¿qué, según el patrón? Rey. ¡El Rey! ¡Brillante manera de Mateo de presentar a Jesús a sus lectores! Jesús es el primer Rey después de la cautividad, y el último, el eterno, el que reinará sobre el trono de David su padre, “sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. ¡Amén y aleluya!
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.