“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mateo 2:1, 2).
Lectura: Mateo 2:1-12.
Esta noche el mundo celebrará la llegada de los tres reyes al establo de Belén para dar homenaje al recién nacido “Rey de los Judíos”; pero los que somos creyentes bíblicos sabemos que no eran reyes, sino astrólogos; no sabemos si eran tres o doce, como mantienen algunas tradiciones antiguas; de su etnia tampoco se sabe, pero lo más probable es que fuesen de Persia. De las Escrituras sabemos que no llegaron al establo, sino a la casa donde vivía la pequeña familia de José (2:11). El niño Jesús ya no era recién nacido, sino que tendría entre algunos meses y dos años. Y, por último, los magos no siguieron la estrella desde oriente, sino que la estrella apareció en oriente y volvió a aparecer cuando salieron del palacio de Herodes (2:9). Ya sabían dónde estaba Jerusalén, no hacía falta la estrella para indicarlo. De todas formas, ¡la estrella no los iba a llevar al lugar equivocado!
Cuando la volvieron a ver “se regocijaron con muy grande gozo”, (2:10) porque su reaparición era milagrosa. Les confirmó que Dios estaba con ellos, que efectivamente este Niño por el que ellos habían viajado tan lejos para ver (unos 1,600 km.), era el Rey universal esperado desde hace siglos. No se habían equivocado al interpretar la estrella como señal de su nacimiento: ¡este Niño era Él! Y sabían que era su Rey, su Mesías y su Dios. A los niños no se les adora, a Dios, sí. Tampoco vendrían a visitar al rey de otro país. De reyes el mundo ya había tenido muchos, pero como este, ninguno. De alguna manera comprendieron que estaban bajo su autoridad y señorío. Lo reconocieron felizmente cuando lo encontraron, de rodillas delante de Él.
Vinieron de Persia a Jerusalén. ¿Verdad que esto nos produce resonancias? Es la misma ruta que atravesaron los judíos del exilio cuando regresaron de la cautividad en Babilonia (que después llegó a formar parte de imperio persa). Jesúa y Zorobabel habían llevado a 62.000 judíos por esta ruta para reedificar Jerusalén (Esdras 2:1, 64). Setenta años más tarde Esdras había llevado otros centenares por esta misma ruta para restablecer la Ley de Dios como ley en Israel (Esdras 7:6). El viaje le había costado cinco meses (2:8, 9).
Claro, es el mismo camino que siguieron los cautivos cuando fueron deportados, amados hermanos nuestros como Daniel y sus amigos, y Ezequiel. ¡Fue un camino muy transitado por los judíos! Fueron llevados a Babilonia bajo la ira de Dios por la apostasía de Israel, encontraron misericordia en el desierto, prosperaron y se multiplicaron en Babilonia, se purificaron, y un remanente volvió por este camino de vuelta para reedificar las ruinas de Jerusalén, para que Israel tuviese continuidad como nación, para que el Mesías pudiese nacer allí, en la ciudad de David, en Belén. Así los magos y su compañía hicieron el mismo viaje de fe que hizo el remanente, el viaje de los que buscan a Dios, de los que viajan a Belén desde el extranjero, como Rut (Rut 1:16-19), para encontrar a Dios. Y allí lo encontraron, en pobreza, y lo adoraron.
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