EL MESONERO

 

“Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lu. 2:4-7).
 
Lectura: Lucas 2:1-4.
 
            Los pasos del Señor Jesús fueron divinamente guiados al detalle desde el mismo principio de su vida. No había sitio para ellos en el mesón. A primera vista, dada la urgencia del momento, habría parecido una desgracia para la sagrada familia. María está a punto de dar a luz, sabe que le quedan horas o minutos, y el mesonero les dice que el mesón está completo. Si Jesús hubiese nacido en el mesón, su historia habría sido diferente. Habría sido precaria, pero más normal. Habrían tenido camas María y José en donde descansar después de su largo e incómodo viaje. Pero no las había, y el Hijo de Dios nació en el establo. Lo que parece una desgracia resulta ser el plan de Dios para ellos y un lugar lleno de simbolismo. El que finalmente iba a ser rechazado por su pueblo empezó su vida sin tener acogida. Nunca había lugar para Él, ni de bebé, ni de mayor. Fue totalmente dirigido por Dios que naciera en la miseria, porque vino para identificarse con el hombre en su miseria, y esto, desde el primer momento. El que va a terminar su vida “fuera del campamento” (Heb. 13:13), la empieza fuera del mesón. Tenía que ser así. Fue justo donde tenía que nacer.
 
            Todas las desgracias de nuestra vida, cuando andamos en los caminos del Señor, forman parte de la providencia divina. Pero a veces solo lo percibimos con el paso del tiempo.
 
             El mesonero tuvo la amabilidad de dejarlos dormir en su establo. Y allí lo encontraron los pastores, pero la familia no se quedó a vivir en el establo. El día siguiente se habrían despedido del mesonero ya con el Niño. No sabemos cómo fue la despedida. Lo más normal es que les preguntase cómo estaban y que ellos le enseñasen al Niño. Lo que sí sabemos es que se quedaron a vivir en Belén. José tuvo que encontrar un hogar para su pequeña familia cuando los forasteros que habían venido a Belén por causa del censo ya volvieron a sus hogares. Muchos meses o un año más tarde cuando llegaron los magos del oriente la familia ya vivía en una casa en Belén: “Al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María” (Mateo 2:11). Cuando vinieron los soldados de Herodes para matar a los niños de Belén, el mesonero sin lugar a dudas se habría enterado del evento. ¿Habría pensado en el niño que nació en su establo y se habría preguntado qué pasó con él? Cuando se supo el motivo de la masacre, que ocurrió para matar al heredero del trono de David, “el Rey de los judíos”, ¿se le habría pasado por la cabeza que tal vez era el que nació en su establo? Se sabía que María y José se habían escapado con él, porque todo se sabe en un pequeño pueblo. El mesonero habría sabido que los soldados vinieron a Belén buscando al Mesías y que José y María ya no estaban. ¿Habría pensado que el que buscaban tal vez era el niño que nació en su establo, que él tuvo al Rey de Israel durmiendo en su pesebre? Si lo hubiese sabido, ¿habría cambiado de lugares con ellos, les habría dejado su cama para dormir él en el establo? ¿Dejarías tu cama para una madre de parto? (Mat. 25:38-40). Más adelante el niño cambiaría de lugares con él para morir en su lugar. 

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