“Cuando ellos eran pocos en número, y forasteros en ella, y andaban de nación en nación, de un reino a otro reino, no consintió que nadie los agraviase, y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas” (Salmo 105:12-15).
Lectura: Salmo 105:12-19.
En este salmo, que relata los comienzos de la historia de Israel, tenemos un buen ejemplo de un principio bíblico: Dios no nos prueba más allá de lo que podemos soportar. La prueba siempre va de acuerdo con nuestras fuerzas para resistirla.
Nuestro texto dice que, cuando los israelitas eran pocos en número, Dios no permitió que ninguna nación fuerte los atacase. Los protegió de forma especial para que no fuesen exterminados desde el principio. No tenían suficiente fuerza para resistir a la invasión de un país fuerte, así que Dios no lo permitió. El enemigo quería aprovecharse de su debilidad para atacarlos. Habría sido fácil vencerlos en combate, pero Dios mismo “no consintió que nadie los agraviase” y “castigó a los reyes” que lo intentaban. ¡El enemigo no ataca sin el consentimiento de Dios!
Esta es una buena noticia para nosotros. El enemigo siempre está dispuesto a aprovecharse de nuestra debilidad para destruirnos, pero Dios no lo deja. Nuestras pruebas siempre están dentro de nuestras posibilidades para vencerlas: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel el Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida para que podáis soportarla” (1 Cor 10:13). Otra versión reza: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres, y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla” (LBLA). Si tenemos poca fe, nuestras pruebas son para los de poca fe. Si tenemos mucha fe, nuestras pruebas son para los que tienen mucha fe, pero nunca tan fuertes que nadie pudiera resistirlas.
Esto es parte de la fidelidad de Dios. Nos protege. Sabe de lo que somos capaces. No permite que el enemigo, que es un poderoso ser espiritual, juegue con ventaja. Una lucha entre un demonio potente, con sutil sabiduría satánica, y un mero ser humano no sería justa. Dios nos da el poder y la sabiduría para resistir. Pero también mide la prueba para que no sea demasiado fuerte para nosotros. Las pruebas son de nuestra medida.
Su palabra al diablo es: “¡Cuidado! No toques a mi ungido. No hagas mal a mi profeta”. Así nos ve, como sus ungidos y como sus profetas, y Él es un Dios fiel, nuestro Padre que nos protege, para que, con su fuerza, salgamos airosos de nuestras pruebas. Y si son demasiado fuertes para nosotros, no permite que nos lleguen. ¡Por eso todavía estamos en la batalla! Y por eso podemos vencer.
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