“Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Tesalonicenses 5:6).
Lectura: 1 Tes. 5:6-11.
Pablo continúa pensando en lo que significa “ser hijos de luz e hijos de día” (5:5). Por la noche se duerme. Y así lo hacen los hijos de la noche. Están dormidos ante la verdadera situación del mundo, ante lo que Dios está haciendo en el mundo, y ante las señales de la cercanía de la venida del Señor. Vemos cómo se va acercando el Día del Señor. Los del mundo van caminando hacia el día de su destrucción como sonámbulos, pero nosotros nos encaminamos hacia el día de nuestra plena salvación: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (5:9, 10). Aquí “dormir” se usa como sinónimo de estar muerto físicamente.
Los inconversos están vivos pero muertos, pero el creyente que ha muerto está vivo: “para que, ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él”. El creyente está igualmente con el Señor, vivo o muerto.
¡Cuántos juegos de palabras! Dormir es lo que hacen los hijos de la noche. Están dormidos a las realidades espirituales, dormidos a lo que está haciendo Dios en el mundo. Los hijos del día están despiertos a la actividad de Dios. Ven el mover de su mano. El creyente está despierto, velando por la venida del Señor. El inconverso ignora que el Señor va a volver y que este mundo va a terminar y que perderá todo lo que ha dedicado la vida para ganar.
Mientras vivamos, hemos de estar bien despiertos a Dios. Tenemos un oído puesto a lo que está pasando alrededor de nosotros y el otro atento a la voz de Dios. Así es como vivía Jesús. Conversaba con la gente y contestaba lo que le iba diciendo el Padre. Por eso dijo que las palabras que decía no eran suyas, sino las de Aquel que lo envió: “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:23). Jesús, hablando con el Padre, le dijo: “Las palabras que me diste, les he dado” (Juan 17:8). Su oído siempre estaba atento a la voz del Padre: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabra al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios” (Is. 50:4).
Vivimos con los ojos bien puestos en Dios. Tenemos un ojo viendo lo que pasa alrededor nuestro, y otro viendo lo que está haciendo Dios en medio de ello. Lo que veo hacer al Padre, eso lo hago, igual que hacía Jesús quien es nuestro modelo: “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5: 19). Salvando las distancias, que son muy grandes, seguimos este patrón. Vemos la obra del Padre y participamos en ella. Así que el creyente está viendo las señales de la venida del Señor, y, mientras tanto, está viendo la obra de Dios, y está participando en ella.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.