HÉROES MENORES

“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas” (Heb. 11:32).
 
Lectura: Heb. 11:1-6.
 
            Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel, todos ellos tuvieron sus lagunas y grandes fallos, no obstante, están en la lista de la fe. Los fallos no anulan la fe. Nos gustaría tener la fe de Abraham, de Moisés, de Josué, de Job, o de Daniel, pero la mayoría de nosotros no llegamos a esta altura. Somos más bien soldados de a pie. Puede ser que en la juventud tuviéramos aspiraciones de hacer grandes cosas para el Señor, pero no ha sido así. Sin embargo, lo que Dios pide de nosotros es que seamos fieles, sea cual sea nuestro llamado: “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Cor. 4:2). Fiel, según el diccionario, significa: leal, firme, constante, verdadero, verídico, escrupuloso, creyente. Viene de la misma raíz que fe. El creyente es uno que guarda la fe. No hemos sido un Amy Carmichael, o un George Müller, o un George Verwer, pero hemos sido fieles y esto es lo que cuenta, y así constamos en esta larga lista de hombres y mujeres de la fe.
 
            Es curioso, pero la única mujer que sale en la lista de Hebreos 11 es Rahab la ramera. ¡Y la mujer más destacada del Nuevo Testamento era María Magdalena, de la misma profesión! No hay lugar aquí para el orgullo humano, ni excusa debida a nuestro pasado. La mayoría de los héroes de la fe proceden de lugares humildes. Leemos de Sara en el versículo 11, pero en algunos manuscritos antiguos este texto está vertido así: “Por fe, a pesar de la esterilidad de Sara, recibió vigor para engendrar simiente aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel el que había prometido”, refiriéndose a la fe de Abraham. No salen muchas mujeres en la lista, pero sin ellas los hombres no podrían haber hecho lo que hicieron. Sin Sara, por mucha fe que Abraham tuviese, no habría nacido Isaac. Sin Rut, Booz no habría engendrado al abuelo de David; sin Débora, Barac no habría derrotado al enemigo; sin su madre, Moisés no habría sobrevivido, ni habría recibido su formación en la fe; sin Ana, no habría habido ningún Samuel; y sin la pequeña esclava de Naamán, él no se habría curado de la lepra y la palabra de Dios no habría llegado a Siria. A lo largo de las Escrituras el papel de la mujer ha sido de apoyar, ayudar y facilitar la obra de los hombres, y en ello encuentra su satisfacción. (¡Lo siento, feministas, pero yo no escribí la Biblia!). Si estoy casada, Dios no me pedirá cuentas a mí porque mi marido no haya sido un Moisés, sino si yo he sido una Débora, una esposa que ha hecho posible el ministerio de otros. Sea cual sea nuestro llamamiento, podemos ser una de estas mujeres que “recibieron sus muertos mediante resurrección” (v. 35) como la sunamita. Tenemos muchos muertos espirituales que, por medio de la fe, podemos ver restaurados a la vida verdadera en Cristo. Aunque no somos famosas, podemos ser hombres y mujeres de fe, pues esto es lo que agrada a Dios, pues: “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (11:6). Que seamos encontrados entre los que le busquemos con todo corazón, con fe en que Él nos contestará.


 
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