“Y le hicieron allí una cena; María servía, Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:2-3).
En esta historia tenemos dos diferentes maneras de servir al Señor. Marta hacia cosas para Él y María ministraba lo directamente a Él, a su persona. Las dos formas son válidas, siempre y cuando la segunda anteceda a la primera. Primeramente, ministramos al Señor, demostramos amor por Él en formas reales y concretas, y luego hacemos cosas para Él, porque lo queremos. María tenía amplia oportunidad de servirle luego en recoger la casa, fregar los platos y hacer otras cosas prácticas, pero antes dio de sí misma. Hizo algo que era solamente para Él y no para nadie más. Su acto no benefició a ninguna otra persona salvo al Señor Jesús. ¿Hemos hecho algo directamente a Él? Dices: “Era fácil para María, porque Él estuvo presente físicamente”. Si era tan fácil, ¿por qué no leemos de nadie más que hiciera algo para Él? En toda la narrativa del evangelio, ¿hay alguien que hiciese algo para Jesús porque lo amaba? La samaritana le dio de beber, pero era porque se lo pidió. El niño le dio su merienda, pero era porque Andrés se lo pidió. El campesino le dejó su burro porque los discípulos se lo pidieron. Pedro ofreció edificar tres enramadas, una sería para Él, pero era porque quería prolongar una experiencia espiritual que le deleitaba a él mismo. Muchos le servían, pero ¿cuántos lo ministraban? ¿Quién le dio algo? ¿Te acuerdas de alguien?
Y te preguntas: ¿Qué podemos hacer hoy día para Él, para producir puro gozo en su corazón como hizo María? Esto queda en la imaginación y la creatividad de cada una. Un niño podría dibujarle un cuadro. Una joven podría escribirle una carta, teniendo muy presente que Él la va a leer. Una anciana podría plantar una flor en su jardín, sólo para Él. Otra lloraría de puro amor por Él. Otra le cantaría una canción, sólo para sus oídos. ¿Qué podemos darle? ¿Qué quiere recibir de ti y de mí? Podemos decirle: “Señor porque te quiero, voy a levantarme de la cama a tal hora mañana para pasar más tiempo contigo”. O, “Señor, para que veas cuánto te quiero, voy a hacer esto o aquello”. Dar al otro por amor al Señor tiene sentido, pero darle directamente a Él, parece una locura. Esto es lo que pensaban los que miraban a María.
En los otros relatos bíblicos, Jesús da y otro recibe. Lo hermoso de esta historia es que María da y Jesús recibe.
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