EL CENSO

“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado” (Lucas 2:1).
 
Lectura: Lu. 2:1-7).
 
            Toda la vida es una vida de fe. María había recibido la noticia del ángel que cambió su vida y la vida del mundo entero: “Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lu. 1:31, 32); también sabía que el Mesías había de nacer en Belén: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2); pero resulta que ella vivía en “una ciudad de Galilea, llamada Nazaret” (Lu. 1:26). ¿Cómo, entonces, iba a nacer el Mesías en Belén? Las semanas se iban convirtiendo en meses y los meses se iban cumpliendo, y esta cuestión todavía se quedaba sin resolver. Pero cuando se promulgó el edicto que cada cual tenía que ir a su ciudad de origen, de repente, en un instante todo cuadró. ¡José era de Belén! Ella iría con él a Belén. Aunque no fuese obligatorio para las mujeres empadronarse, ella le podría acompañar, y su hijo nacería allí en cumplimiento de la profecía. ¡Cómo se ve la mano de Dios moviendo al emperador, y moviendo cielo y tierra para que su Palabra se cumpliese!
 
            Pero con la decisión de acompañar a José a Belén todo no estaba resuelto. La vida continuaba siendo una vida de fe. Nunca se sabe con exactitud cuando un niño va a nacer. Puede ser que nazca por el camino, o que se presente un parto difícil, sin la ayuda de una comadrona, o que ella muera de parto. Muchas cosas podrían haber pasado por su cabeza para las cuales ella no tenía respuesta, pero allí estaba la fe, para dejar estas cuestiones en manos de Dios. Si su Palabra decía algo, Él velaría sobre su Palabra para que se cumpliese.
 
            Esta es una lección muy grande para nosotros. Cuando las cosas que nos pasan no parecen encajar con lo que dicen las Escrituras y no entendemos nada, hemos de seguir viviendo por fe, fe en que Dios cumplirá su Palabra en nosotros.
 
            Para María, toda su vida era una vida de fe, sobre todo durante las horas que pasó delante de la cruz viendo a su Hijo expirar. ¿Cómo iba a reinar “sobre la casa de Jacob para siempre”, tal como le había dicho el ángel? Estaría muerto. Pero Dios velaría sobre su Palabra para que se cumpliese. ¡Y su Hijo resucitó! La experiencia de Belén la estaba preparando para este desafío a su fe aún más grande.
 
Y así es con nosotros. En la escuela de la fe, cada experiencia nos prepara para la siguiente. Y así nuestra fe va creciendo.

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