“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre… Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti” (Juan 17:11, 12).
Lectura: Juan 17:13-19.
Durante su ministerio en la tierra Jesús estaba muy consciente de que el Padre le había dado estos discípulos y que Él era responsable de guardarlos del diablo, del mundo y del pecado para que no se perdiesen. Antes de volver al cielo afirmó su obra en Pedro y lo restauró. Hizo lo mismo con Tomás para que no se perdiese. Conocía a cada uno y lo que tenía que hacer con cada uno para guardarlo en la fe. Cuando Jesús murió estaba a punto de perder a Tomás. Ahora tocaba restaurarlo.
Recordaremos que Tomás no quería que Jesús subiese a Jerusalén. Pensaba que era contraproducente. Cuando Jesús dijo “Vamos a Judea otra vez, le dijeron los discípulos: Rabí ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y ahora vas allá?… Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Juan 11:7-8, 16). Tomás era cínico y sarcástico. Pero Jesús lo había escogido y sabía cómo llegar a él. Después de la resurrección, cuando el Señor se apareció a los discípulos, Tomás no se encontraba entre ellos. Esto es significante. Los demás se quedaban juntos, mantenían su identidad como grupo, pero Tomás no. Se quedaba solo.
Cuando ellos le dijeron: “Al Señor hemos visto”, él seguía en su escepticismo. Dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). El Señor sabe llegar a los escépticos. Amaba a Tomás y entendía su desencanto con todo cuando Él murió, y fue a buscarlo. Esperó ocho días para hacerlo. Durante estos días Tomás tuvo tiempo para pensar. Se ve que decidió juntarse con los otros discípulos después de este tiempo para darle al Señor una última oportunidad de demostrar que estaba vivo. Jesús no solo mostró que estaba vivo, sino que lo había oído cuando Tomás pronunció sus palabras famosas, porque se las repite: “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y le dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (20:26, 27).
¿Cómo sabía Tomás que Jesús retendría las señales de sus padecimientos? Yo habría pensado que tendría un cuerpo perfecto, sin cicatrices. El Señor se quedó con ellos para convencer a Tomás y a todos los demás escépticos que realmente era Él. Y se ve que los llevará toda la eternidad para que nosotros no olvidemos que nos amó hasta la muerte, y que realmente es Él, el mismo que vivió en la tierra. Tomás era un intelectual difícil de convencer, pero Jesús lo hizo, y una vez convencido le fue fiel hasta la muerte. Tomás llevó el evangelio hasta la India. Esto es el orgullo de nuestros hermanos de allí y muy amado por ellos.